Francisco Franco, como militar republicano en los días anteriores al golpe de Estado de 1936, era mileurista. Cuatro años después, en 1940, su fortuna ascendía a 400 millones de euros. Esa fortuna se ha transmitido hereditariamente hasta hoy mismo, aumentada, a tres familias: los Franco, los Polo y los Martínez-Bordiú.

Sin entrar en el origen ilegítimo de ese dinero, lo que me interesa destacar es que la naturaleza de las dictaduras frente a las democracias es la patrimonialización de la política y la economía, es decir, la acumulación en pocas manos de todo el poder. Esta tendencia ha estado especialmente protagonizada a lo largo de la historia, con excepciones, por los sectores sociales conservadores y reaccionarios.

La ideología conservadora afirma que la sociedad está naturalmente dividida entre amos y esclavos: los primeros nacen para disfrutar de una buena calidad de vida y los segundos para servir a los primeros. Los primeros suelen serlo de cuna y la mayoría de los segundos, por más que se esfuercen, morirán como nacieron.

Afortunadamente, el colapso del Antiguo Régimen con sus monarquías absolutas, la progresiva desaparición del vasallaje y la esclavitud formales y el desarrollo de las democracias occidentales, han ido limitando el poder de esos sectores conservadores, y se ha ido encontrando un cierto equilibrio —aunque todavía muy insuficiente— entre el poder patrimonializado y el poder democrático sometido al mérito y la justicia social.

En España, por ejemplo, la infanta Sofía de Borbón, que tiene ahora doce años, no necesita ningún mérito ni ningún esfuerzo para disfrutar un excelente nivel de vida durante toda su existencia, por el mero hecho de haber nacido Borbón, pero no es menos cierto que, por ejemplo, decenas de miles de familias en toda España tienen hoy salarios que les permiten un buen nivel de vida a pesar de que sus padres languidecían en la miseria hace cuatro décadas. Es decir, algo hemos avanzado aunque aún queda mucho por avanzar.

Esta es la esencia más importante que nos diferencia a las gentes progresistas de las gentes conservadoras: a los primeros nos parece injusto que Sofía de Borbón no tenga que hacer ningún esfuerzo para vivir durante toda su vida a cuerpo de reina, mientras que tantos españoles, por más esfuerzo que hagan, apenas puedan otra cosa que sobrevivir. A los conservadores les parece bien la suerte que tiene Sofía y les importa menos los problemas que tiene el resto de la población para comer todos los días.

Esto tiene bastante que ver con que los sectores conservadores y reaccionarios perdonen con más facilidad la corrupción, puesto que la corrupción está pensada para sostener el estado de las cosas: el que tiene el poder lo utiliza para mantener e incrementar su propio poder y el de sus familiares y amigos.

Hasta aquí todo es relativamente sencillo. Los mayores problemas vienen cuando la izquierda recoge esos modelos y los replica desde el ejercicio del poder. Las gentes de izquierda no lo podemos tolerar, y eso tiene un coste emocional de desafección que se traslada a un coste electoral de forma casi inmediata.

Por eso el gran declive del PSOE en los años ochenta comenzó cuando se supo que Juan Guerra se favoreció de su posición política por ser el hermano de Alfonso Guerra. Los hechos se conocieron en junio de 1989 y Alfonso Guerra dimitió dieciocho meses después. Juan fue condenado por delito fiscal en 1995.

Por eso la izquierda rechazará que Pablo Iglesias caiga en la tentación de que su pareja herede la dirección del partido. Por eso nos indignamos cuando nos enteramos de que hay hermanas y hermanos, cuñadas y cuñados, esposas y esposos, hijas e hijos, amigas y amigos, a veces familias enteras, favorecidas por el poder político de los suyos. No hay nada más de derechas que heredar un cargo público de tu madre o de tu marido. En la izquierda, la exigencia ética es señalar con el dedo a quien lo hace y expulsarles de la vida pública. Si nosotros no expulsamos a los nuestros cuando dejan de ser nuestros, la ciudadanía acaba expulsando a la izquierda de las instituciones, porque para patrimonializar el poder hay mejores expertos en la derecha.