Ni soy psicólogo ni pretendo trazar ningún análisis clínico, pero tampoco es necesario para trazar la deriva en la conducta de Pedro Sánchez durante la campaña. Su perfil se hace evidente. Los golpes propios del circo político han vapuleado públicamente a un líder socialista, que, armado de toneladas de ilusión y con una inocencia en ocasiones impropia, se lanzó a la jefatura de un PSOE sumido en una importante crisis de identidad.

Pero la inconveniencia de una doble lucha, interna y externa, ha sido una factura demasiada cara para Sánchez. Hasta convertirlo en ese candidato malhumorado y fútilmente agresivo que vimos en el previo a las elecciones, que reaccionaba tarde y mal como un boxeador sonado que ya no ve por dónde le entran (derechazos o de izquierdas. De todo hubo). Y, después, en un "negacionista" que pretende ver en los peores resultados electorales de la historia del socialismo la llave que abre todas las puertas. Ya saben: la ira y el miedo conducen al lado oscuro...

Meses atrás, lo único que anhelaba Pedro era enfrentarse a su quimera, a su mitológica bestia: esa derecha anquilosada que los cánones sectarios decían que era lo que debía percibir en el Partido Popular. Como moderno Belerofonte , y sin siglas que le delataran aún, Sánchez se erguía como un héroe entre sus huestes y aspiraba a una pelea con los dioses del Olimpo de San Jerónimo. Que le abrieran las puertas al poder. Para ello confiaba en sus vigorosas armas: una sonrisa de anuncio y un anuncio de nuevos tiempos, nuevos cambios, nuevo lo que sea. Es decir, el artefacto de la comunicación y el espectáculo. Nunca nos dijeron que la nueva política era una Fiesta.

SU IDEALISMO de libro se dio de bruces con una realidad algo más "sucia". Es curioso visto ahora, con cierta perspectiva porque lucía evidente lo que se iba a encontrar. Pero parece que Pedro Sánchez entró en campaña sin contar que, por un lado, forma parte de un partido que ha contribuido (con la insistencia propia y machacona del libre de conciencia. Por ausencia, vamos) al expolio público del país durante tres largas décadas y a ese ambiente de corrupción que ha dado alas a las nuevas formaciones. Y por otro, que iban a tratar de ser batidos en su propio terreno por Podemos: los de Iglesias buscan el monopolio de la izquierda en España, y eso ha descolocado en ocasiones al PSOE.

Los males que aquejan a Pedro (falta de liderazgo, discurso poco construido, exceso de "marketing") palidecen ante este renacido Pedro que es preso de una sola ambición (desmesurada): Moncloa. Parece obviar el debate interno en su propio partido con la máscara de una seguridad impostada en su legitimidad para formar gobierno. Y cree haber visto el hilo de Ariadna en uno de los mayores esperpentos de la España democrática: el desafío de Cataluña.

¿Por qué? Porque representa al único partido que cree en un negociación en Cataluña sin reconocer en ningún caso el derecho de autodeterminación. Y, aunque no lo quiera reconocer, porque ve en el paso al costado de Mas (que también hay que ser crédulo) un ejemplo que Rajoy debiera asumir. Aquí está su parcela clara de liderazgo.

Pero de nuevo, en mi opinión, aquejado de una terrible falta de altura de miras: Cataluña requiere una finura y una responsabilidad que pasa por no jugar demasiado a ser tácticos en Barcelona para lograr apoyos en Madrid. Además tendrá que contar con el apoyo de Podemos y Ciudadanos, que son claramente antagónicos respecto al tema catalán.

Su negativa a una "gran coalición", que muchos españoles (me incluyo) creen que es una magnífica solución, está justificada de acuerdo a sus argumentos. Y una confrontación frente a un Partido Popular que les tiende la mano en gesto cargado de necesidad, y eso no gusta a un Pedro Sánchez que se ha sentido ninguneado en la campaña. Está en su derecho.

Habría que recordarle que, al final, en su desmedido afán por tener un sitio con los dioses (a los que en secreto despreciaba) Belerofonte vivió una dolorosísima caída. Solo que la sufrió él solo. Ahora, las podemos sufrir todos los españoles.