THtace unos días me llamó mi amiga Merche . Estaba desolada. Agudizando mucho el oído y la imaginación pude descifrar el motivo de un llanto que apenas le permitía hablar: su novio se había enamorado de otra y había decidido terminar la relación. Temiendo que tanta abundancia de lágrimas consiguiera traspasar las ondas y acabara mojando mi smartphone nuevo, intenté animarla.

Tranquila, Merche, si tú tampoco estabas ya muy ilusionada, le dije. Me pareció que mi comentario la calmaba un poco porque durante unos segundos dejó de llorar y se sonó la nariz como si fuera a dar por concluida la rabieta. Es que eso no es lo peor, me confesó con esa mezcla de tristeza y despecho del que se siente humillado. Y entonces fue cuando pasó a los detalles: él la llamó para decirle que la dejaba, a ella no se le ocurrió otra cosa, para mantener el pundonor y el buen rollo, que emular a José Luis Perales , preguntando eso de ¿y cómo es ella? (ay, qué poco conocemos a los hombres), él tuvo la excusa perfecta para dar vía libre a su entusiasmo: Es rubia. Y tiene un cuerpazo que flipas, (ay, qué poco nos conocen a las mujeres). En este punto de la historia, mi amiga se volvió a derrumbar y solo escuché hipos y sollozos al otro lado del teléfono. Pero no me hizo falta saber nada más para comprenderla, porque yo ya me había puesto en su lugar y estaba al borde del colapso. Y es que no es lo mismo imaginar a tu chico retozando con un adefesio que imaginártelo, revolcón va y revolcón viene, con una top model. Lo primero tiene su gracia, lo segundo... Lo segundo, queridos, no tiene consuelo.