Caeríamos en un atroz desaliento si no gozáramos de estos placeres, dado el ambiente actual. Por eso escribo sobre ellos, que vienen a ser los "primores de lo vulgar", de Azorín , que dan deleite y color a la vida, la que, no obstante, volverá a sonreír tras su recobrado bienestar. De estos goces, aunque sean prescindibles, podemos disfrutar, pero siempre que llevemos relojes sin prisas, porque están pegados a nuestra misma piel: Como disfrutar de un agradable paseo, visitar un museo, comprar el periódico, un libro, ir al teatro, saludar a un amiga/o, tras el beso y abrazo de rigor, o entrar en tiendas con grandes rebajas, aunque nos disgusten las cerradas, con su cartel de "alquila", cual plantas tronchadas por el zarpazo de la crisis. O contemplar a la joven mamá que empuja un carrito, donde su bebé, bajo un plástico en días de lluvia, es una débil flor que se abre a la vida, bajo una inquietante sequía de nacimientos. Junto a unos adolescentes que, con móvil en ristre, hablan y ríen sin parar. Mientras tanto, una nube de estorninos se posa en las palmeras al atardecer, dispuestos a dormir en sus ramas.

Otros placeres son: contemplar la espuma estival de la Fuente luminosa, a Cortés , jinete en su caballo alazán, a Leoncia , con su gavilla de periódicos del "Extremadura", y a Gabriel y Galán , rey del verso campesino y señor del parque de Cánovas, orgía vegetal, con niños jugando en sus columpios, y grupos de jubilados que, caminando lentamente, se cuentan sus anécdotas del pasado, hasta la hora del almuerzo preparado por sus esposas.

También ver escaparates en Pintores, desembocando en la Plaza Mayor, espacioso salón con vistas a las nobles piedras del viejo Cáceres, hoy mito turístico; la caña de cerveza, al mediodía, o el chocolate de amigas, ya maduras, hablando de modelitos y peluquería. Como comer en el campo la oronda tortilla y el filete empanado, o ir de caza con amigos, asistir a un partido de fútbol y montar en bicicleta, o viajar a pueblos cercanos de la capital. Luego, la partida de cartas o la tele cerrarán el día, tras los pequeños goces de ese "carpe diem" que ensancha el corazón. No renunciemos, pues, a paladear los sencillos placeres de la vida, a pesar del aguijón de la crisis y el estigma de la corrupción.