Conozco a gente que se pierde. No, no, no se asusten. No se trata de personas a simple vista cuerdas a las que en algún momento de su vida les pareció que cruzar la línea era cosa de juegos. Pero no. Como las marcas del tiempo, la inercia hacia el escapismo de estos individuos supera lo inimaginable. Y me explico con ejemplos. Hace unos días me contaron que un tipo que se dedica a salvar vidas en su horario laboral se metía cocaína por las noches. Como si la suya, digo yo, no estuviera en peligro. Hay que estar muy perdido como para jugar a la ruleta rusa con las cosas de la nariz. Sobre todo si una resaca coincide con el curro después. ¿Y qué me dicen de ese otro individuo que decía amar a esa mujer de por vida tras apenas un mes de relación? A mí, sinceramente, ya me dan espasmos cuando me encuentro a gente con las ideas tan claras... en tan poco tiempo. Y si se van a casar a la media hora, ni les cuento. Mucho más traumático me parece empatizar con esta prole. También ocurre a veces con quienes dicen no estar metidos en algo por dinero. Vamos, que les aseguro que si no fuera por el vil metal aquí todos nos habríamos puesto a plantar lechugas para vivir del campo. Tanta inocencia me desborda. Asomarse a los telediarios y asistir, entre líneas, al teatro de que todo se compra y se vende es tan real como que usted está leyendo este diario. Para que luego no digan que la vida no está llena de perdidos. Algunas veces hasta me pasa que intento buscarle explicación. No la encuentro. Mi sensación siempre es la misma: analizar y valorar, hasta darme cuenta de que razones hay pocas; pozos oscuros, muchos.