El informe filtrado por el diario The Washington Post, en el cual el general Stanley McChrystal, jefe del cuerpo expedicionario de Estados Unidos y de la OTAN en Afganistán, reclama un incremento de los recursos -soldados y material- para contener a la insurgencia talibán abunda en la impresión cada vez más extendida de que la guerra exige un esfuerzo adicional para evitar el desastre. El Pentágono no alberga dudas en cuanto a la necesidad de despachar a la zona más unidades de combate, pero el cansancio de la opinión pública en Estados Unidos y las reticencias de los aliados europeos obedecen a pulsiones ajenas al dictamen de los técnicos.

Al mismo tiempo, el desprestigio del Gobierno de Hamid Karzai, sumido en la corrupción y entregado a la manipulación electoral, engorda cada día las filas de los partidarios de la retirada. En la memoria de Estados Unidos reaparece el espectro ominoso de la guerra de Vietnam. Y en Europa no hay líder que haya conseguido transmitir a sus conciudadanos la necesidad de seguir en el remoto pedregal afgano. Por no hablar de las ingentes cantidades de dinero gastadas y de las tragedias nacionales que zarandean las conciencias cada vez que llegan aviones cargados con ataúdes.

Es decir, el informe de McChrystal, como la semana pasada la declaración del almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto de EEUU, puede convencer a la Casa Blanca para que rompa el límite de los 68.000 soldados que en noviembre residirán en Afganistán, pero es improbable que conmueva a los electores.