Hay un libro de poemas en la historia de nuestra Literatura, con el título de este articulillo. Lo malo es que no recuerdo ahora quién es el autor; y seguramente lo hemos leído, en nuestros largos y pasados años de trabajo y estudio con los textos de nuestros maravillosos poetas y prosistas. Alarma la pérdida de facultades memorísticas, maldita sea. Bueno, en este caso, habrá que emplear el singular en vez del plural, porque Ari no suele frecuentar los libros, que yo sepa, aunque desde luego latín, sabe.

Por la del alba, un frío de acero, ese de las heladas y pelonas que fustigan, inclementes, llanos y riberos de umbría. A las primeras de cambio, y ya el astro bien alto, los de al salto le dieron al ribero hasta la armada que se coloca en el páramo de los buitres. Los vultúridos tienen querencia por esa atalaya de pizarras que corona un arapil, no lejos de las cercas del ganado. Andan a la espera de reses muertas, como es de rigor. Bueno, llegó una perdiz y la abatimos. Ari , bastante lerda, pasó dos veces a su lado y no la detectó, pero a la tercera le echó las fauces y me la trajo.

Cara y cruz en Corzas. Y mi puesto, abajo del todo, en el cierre, donde acaba la armada y desde el cual se indica, con dos tiros, que empiece el acoso. La fragosidad del ribero en Corzas es un espectáculo. A nosotros nos puede esa aparatosidad de los elementos en paisajes como ese.

La quietud de las aguas del río, inmensas, el monte espeso de carrascos, acebuches y la diversa flora característica de estos andurriales, las solanas de enfrente, casi verticales, en su caída de pizarras hasta la mínima orilla del cauce plateado del río.

Abrimos el catrecillo, cargamos la herramienta, nos mimetizamos con el entorno y esperamos la llegada de alguna víctima. Ari , traílla al cuello, reposa a nuestros pies. Y mientras la espera se prolonga, se nos van las mientes en la contemplación del escenario. Además, algo sobrecogedor, nos va ocupando el ánimo expectante: el silencio.

Bien es cierto que es un silencio a medias, porque el monte allí, en aquellas soledades tiene su pálpito y sus sonidos. A veces, el coletazo de un black-bass, o de un barbo, en la serena geometría lisa del ras del agua, rompe el silencio absoluto; o en el firmamento, el lamento agudo del águila desciende hasta la tierra. Qué curioso: los que más saben de todo este misterioso latido de la naturaleza son los chinos. Es el Tao.

Sí, llegó otra y pum, al suelo; pero la liebre, luego, a ambos, nos dejó a la luna de Valencia.