Algunos días me resulta muy cansado explicar o apoyar algunas cosas evidentes, pero como decía Voltaire antes de acabar pintarrajeado por la turba, «el sentido común es el menos común de los sentidos», y cada vez tengo más claro que toda esta locura de derribar estatuas, apedrear candidatos o prohibir películas tiene que ver con una profunda incultura, también democrática.

En España nos hemos acostumbrado a que en el Congreso de los Diputados haya un grupo político que no condena la violencia (¡no condena ni los tiros en la nuca!) y sigue ahí sentado, mirando para otro lado o sonriendo, cuando se le piden explicaciones por los crímenes de sus admirados correligionarios. O que a otros les parezca bien que se pueda insultar, abuchear y denigrar a una mujer siempre que ésta no sea de su cuerda política. Porque no piensa como ellos. O ellas.

Y entonces descubrimos que “PERO” es una palabra muy reveladora: es una conjunción capaz de desenmascarar las más ocultas intenciones de la frase más amable, hace que todo lo que se haya expresado anteriormente se convierta en cenizas en la boca de quien la pronuncia. Condeno la violencia, pero... Ahí, cuando empiezan los matices, se puede perder toda la razón, por más que se argumente.

Es cierto que las opiniones no son (no deberían ser) perseguibles en una verdadera democracia; lo que debe ser punible es su puesta en acción si van contra las leyes. Es decir: alguien puede odiar a los pelirrojos, a los bajitos, a los orientales... o a los españoles. Mientras quede en la esfera privada de sus pensamientos, en la libertad de su cabeza, no debe haber delito; pero si les acosa, persigue o agrede, ya sí es para pedir cuentas.

Meterse a legislar dentro de la mente de alguien, pretendiendo regular lo que se puede pensar o no, es llevarnos hacia una dictadura del pensamiento único, y eso sí es totalitarismo, aunque lo vistas de progresía. Si no admites alternativas, si no escuchas otras voces, aunque luego no se llegue a consenso, será una dictadura ideológica.

Es cierto que no tenemos una democracia perfecta, que hay resquicios por los que se cuelan los malos para aprovecharse del sistema en contra del propio sistema, pero pero las alternativas sólo parecerían buenas si los que están al mando son “los míos”. Y eso no nos conviene a nadie. Lo hemos visto en carne propia y ajena, y sabemos cómo acaba.

* Periodista