Catedrático de la Uex

Es lamentable, pero es cierto: el debate político está viciado. Si bien en su origen constitucional, debe representar un valor del Estado democrático, la realidad se rebela bien distinta, al cubrirse los principios de la información pública sólo formalmente. La veracidad no se tiene en cuenta, los contenidos dan igual, las ofertas se distribuyen a través de mensajes capciosos. El debate queda suplantado por monólogos basados en parabienes propios y en la descalificación del adversario.

Si tenemos que aceptar, desgraciadamente, que los valores y principios cedan ante el estrellato de los intereses del día a día, al menos habría que intentar que la información dada a los ciudadanos se construyera desde la objetividad por parte de los profesionales de los medios, y desde la veracidad y el compromiso de los políticos. Si fuera así, habría debate, éste sería auténtico y la sociedad avanzaría con más confianza. Además, no sólo se informaría, se formaría también a las gentes. Estas pasarían del status de personas, unas al lado de otras, al de ciudadanos que comparten una sociedad, sean cuales fueren los matices ideológicos con los que quieran revestir su personalidad.

Pero las cosas funcionan de otra manera. No existe debate político. No sólo se produce el sin sentido de la negación de todo aspirante a presidente del gobierno para debatir con los otros candidatos, sino que incluso se hacen ofertas imposibles de antemano. ¿Cómo se puede anunciar solemnemente que se va a acabar con la precariedad laboral? ¿Cómo se puede faltar a la verdad de manera tan lamentable, con tanta gente pasándolo mal? ¿Cómo se puede basar una campaña (entre otras patrióticas lindezas sobre una España grande y propia) en la consecución del pleno empleo, con el adorno de acabar con el trabajo precario? ¿De quién es patrimonio la flexibilización¿ ¿Quiénes practican el neoliberalismo? ¿Quiénes aprovecharon la reforma laboral de 1994 para construir desde 1997 todo un nuevo derecho laboral de la crisis económica, que aspira a poner en crisis las conquistas laborales de muchos años de lucha sindical y de legislación auténticamente social y socialista?

¿Cómo puede el señor Aznar, que se va, anunciar el pleno empleo y el señor Rajoy, que quiere venir, comprometer la terminación de la precariedad laboral, cuando esconden que el 90% de los millones de puestos de trabajo que supuestamente han creado, son de contratación temporal? Sí, de contratación temporal, a veces de días, otras de semanas, muchas de ellas de 1 o 2 meses, incluso de algunos más, pero casi siempre, hasta un 90%, de trabajo temporal, sin seguridad para el futuro, simple y llanamente trabajo en precario. Trabajos basados en el pensamiento neoliberal que sabe movilizar una información pública, unidireccional, sin debate y sin contraste. Trabajo que en el fondo esconde la verdadera realidad de un derecho laboral de nuevo cuño: hagamos a los pobres algo menos pobres, para que los ricos sean más ricos. Sólo desde este principio, de signo político-popular, se puede comprender tanta demagogia y ausencia de postulados basados en los principios de una verdadera política social, que exige más sacrificio cuanto más medios económicos se posean.