WEw s muy probable que la tormenta que el lunes levantó Yorgos Papandreu se quede al final en una polvareda local que deban resolver los griegos. Sea verdad o no que cometió la locura de anunciar un referendo para forzar a la oposición a que apoye el plan de rescate, es probable que la situación política griega entre en una fase de estabilización. Lo ideal para el país y para el resto de la UE es una solución que garantice el respaldo unitario a las medidas impuestas por Bruselas, aunque eso solo se conseguirá plenamente cuando gobiernen los conservadores, precisamente los que adulteraron la contabilidad nacional con el apoyo técnico de Goldman Sachs. Lo hemos visto en Portugal y quizá lo veamos también en España. De la espantá de Papandreu queda, además de su erosión como dirigente político, una demostración de rechazo e ira indisimulados por parte de la dirección de la eurozona desconocida hasta la fecha. Ojalá que esa contundencia no pierda fuelle y se traduzca en hechos, concretamente en el empuje y aceleración del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) y sus nuevos organismos para hacer efectivo el apoyo financiero a los países cuya deuda soberana corre el riesgo de contaminarse aún más. A eso es a lo que se comprometieron ayer los países del euro que asisten a la reunión del G-20 en Cannes. Los principales dirigentes europeos tuvieron que pasar por la vergüenza de que Barack Obama les apremiara nuevamente a que se pongan las pilas de una vez, un mensaje compartido por los países emergentes que asisten a la cumbre.