Ali mira al cielo de reojo, y mira la costa preguntándose cómo escapar. Algunos llaman a eso buscarse una vida mejor y, en el futuro, poder ayudar a sus familias; ya saben, aprender un oficio y trabajar. Si en teoría todos tenemos derecho a una vida digna (y la tele no para de repetírnoslo a base de imágenes de enormes casas, coches y piscinas), "¿por qué yo no?", se pregunta. Y un buen día acabó en la Península, de donde por ser menor sabe que, en teoría, nadie le podrá echar.

Otros llaman a eso inmigración ilegal camuflada, cuando no secuestro internacional. Menores inmigrantes no acompañados poblando centros de acogida y pisos tutelados en España mientras sus familias están en Marruecos (eso sí, inmersas en la pobreza y sin ninguna esperanza que proporcionar a sus niños, dicen los primeros). La polémica está servida.

De las reagrupaciones familiares mejor ni hablar. Rompen un camino iniciado por el chaval y son inconvenientes, además de que muchas veces no son tales, dicen unos; y aseguran que con la excusa de que "como mejor está un niño es con su familia" pues, ¡hala!, a Marruecos y sin garantías, y tras ir a atraparlos, denuncian, supuestamente con nocturnidad y alevosía, allí donde se encuentran acogidos.

Otros, en cambio, reivindican la responsabilidad de los progenitores y esgrimen que "las cosas así no se hacen", que es irresponsable mandar a los niños a perderse en cualquier lugar y de cualquier manera. Y acusan a los países de origen, de desentenderse de sus infantes. Ciertamente, los que no dan garantías son los Estados, que no ponen remedio a la sangría migratoria. Y los gobiernos, los grandes aliados de las grandes empresas, que ningunean y desprecian a la gente, y parece que todo esto no les importe demasiado. Pero, ¿qué pasa con los niños y su atención y protección?

PD: No sé qué habrá sido del peleón Ali, que, para provocarme, cada vez que le pedía que dibujara algo pintaba una hoja de marihuana maravillosa (maravillosa por real, pues el tío era un artista estupendo) y yo le sonreía y le decía "estupendo dibujo, pintas genial, pero pelín repetitivo, ¿no crees?". Y entonces se quedaba pensativo, cavilando quizás en sorprenderme al día siguiente con un elaborado diseño de las plantaciones de Ketama entera.

O de Hassan , que deambulaba esquivo por los rincones y dedicaba el tiempo libre (esto es, gran parte del tiempo, cuando no todo), a pasearse por la playa sin oficio ni beneficio, o con el único provecho de deleitarse con las chicas en biquini, la gran novedad de las playas europeas; uno de los síntomas de que estaba en Europa o al menos cerca, porque para ellos, como para cualquier inmigrante, España empieza en la orilla norte del Estrecho, lo otro son territorios de paso y aquí no vuelvo .

O aun de Hazim (nombres ficticios), que, a punto de cumplir los 17, ya bordeando la mayoría de edad, había pasado más de tres años en un centro de acogida de menores en Melilla. Un niño modélico, educado e integrado en las labores del centro. Había hecho casi todos los cursos que se les ofrecen, el de alfabetización, el de mecánica y alguno más; y aguantaba encerrado en la ciudad autónoma vendiendo buen comportamiento pero sin más horizonte que el de verse en la calle una vez cumplidos los 18. "Yo doy gracias que nos cuidan hasta que somos mayores", solía decirme, "pero después, ¿qué?". Y se lamentaba del abandono posterior, paliado a veces por José , miembro de una organización que se vuelca en la atención a estos chavales. También es cierto que muchos niños no son ni tan ejemplares ni tan educados; mas, por eso mismo, cobra una importancia fundamental el trabajo que se realice con estos chicos, que a los diez o doce años ya son adolescentes y que también llegan a la adultez precozmente, cuando los demás aún están empezando a pedir hora para poder salir un rato (pero si usted los mira fijamente, tienen la infancia reflejada en los ojos).

Porque estos chavales esperan que alguien, en algún lugar, les dé una oportunidad.

*Periodista