Salvo que se hipoteque de forma sustancial el proceso de privatización parcial de AENA, el preacuerdo alcanzado ayer por la sociedad gestora de los aeropuertos, el Ministerio de Fomento y los sindicatos es de aplicación más que problemática. Se antoja fuera de la lógica del mercado que la Administración pueda imponer a las empresas que en el futuro entren en AENA, y aún más a aquellas que se hagan con la concesión de los aeropuertos de Madrid y de Barcelona, la aceptación sin tocar una coma del marco laboral pactado. Más parece que en el preacuerdo han prevalecido las urgencias del Gobierno por zanjar la amenaza de huelga en los periodos de mayor actividad turística y las prisas de los sindicatos por salvar la situación ante sus bases. Si las razones del final de la crisis son estas, y no hay razón para imaginar otras, tanto el ministro José Blanco como los líderes de CCOO, UGT y USO podían haberse ahorrado el espectáculo. Habría sido más prudente pergeñar un acuerdo entre bambalinas y presentarlo a la opinión pública, porque así se habría evitado el riesgo cierto de poner a un paso del abismo al sector turístico, uno de los pocos con perspectivas alentadoras durante los próximos meses. Y también se habría evitado la imagen de corporativismo y radicalidad exhibida por los sindicatos cuando aún se está lejos de salir de la crisis económica. En suma, ni el Gobierno ni los sindicatos han hecho mérito alguno para felicitarles. Antes al contrario, hay que reprocharles el haber jugado irresponsablemente con el negocio turístico.