Un reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo -OIT- ha señalado, en lo referido a España, que existe una gran parcialidad en el mercado laboral, así como una persistente brecha entre géneros. De hecho, como dato global, se señala en el referido informe que la participación laboral femenina fue del 48 por ciento en 2018, muy inferior a la masculina, que fue del 75 por ciento. Vale decir que, en 2018, alrededor de tres de cada cinco de los 3.500 millones de integrantes de la fuerza de trabajo mundial eran varones.

Señalando que si se produjeron, efectivamente, una mejora en relación a este tema en el inicio de la década del siglo XXI, ha vuelto a decaer en más de veintisiete puntos porcentuales en 2018. En este sentido, se produce una gran disparidad entre latitudes geográficas, pero en todo caso esa brecha es continúa en países desarrollados y no tan desarrollados. Por lo que se hacen necesarias medidas más efectivas, que efectistas en relación a conseguir unos parámetros no tan diametralmente diferenciados en esa dirección.

Y algo ocurre con el trabajo de empleo juvenil, una de las lacras de nuestro país, que inciden en el modelo de sistema productivo, y en la capacidad de independencia de estos jóvenes respecto a la configuración de su familia, y de la independencia económica.

Siempre se dice esto de generaciones mejores preparadas, pero que sucumben al escenario de una economía que no sabe apreciar esa formación y ese capital humano para referenciarlo en el mercado laboral. Porque esa precariedad laboral se produce en un doble escenario, consistente en no optimizar esta formación y capacitación, y en frustrar perspectivas de futuros personales a tantos y tantos jóvenes.

Sin duda están bien estos informes de organizaciones, que vienen a significar tendencias, pero lo importante aquí es poder conjugar escenarios supranacionales, con capacidad de generar recursos y nuevos mercados laborales. La Unión Europea es un escenario de cierta estabilidad económica, pero no siempre esa estabilidad económica se corresponde con medidas en favor de un mercado laboral mejor para los jóvenes, ni mucho menos en el emprendimiento de acciones conjuntas para hacer que el empleo juvenil sea un reto de políticas de Estado en el que implicar a todos.

Y es que no se trata de activar acciones para ese primer empleo, sino consolidar políticas para las generaciones jóvenes que ofrezcan perspectivas laborales adecuadas, y perspectivas de futuro creíbles y duraderas. Habría que distinguir aquí también franjas de edad, porque lo de la juventud cada vez cronológicamente se alarga más. Y convendría contextualizar esas edades para poder encarar esas políticas de Estado respecto al empleo juvenil, e igual con el empleo de la mujer.

Además de lo que siempre se dice y se insiste en programas de formación específicos, más allá del ámbito académico respecto a nuevos nichos del mercado laboral, que se mueve de forma vertiginosa, al que se le debe dar respuestas si queremos ir hacia una sociedad donde el empleo además de un derecho, constituye parte de un proyecto de vida. No es de recibo que el paro juvenil siga en cifras tan altas en nuestro país, con una media altísima de titulados universitarios, y que ser joven sea idónea estratégica para contratos a tiempo parcial, que no reflejan el tiempo real de empleo.

*Abogada.