De las Navidades, como de casi todo, me gustan estos días de preliminares antes de la celebración oficial, aunque tal y como se está poniendo la cosa los últimos años, podríamos decir que estos días empiezan el uno de octubre, y no, no es eso. Yo sé de lo que hablo, de estas mañanas de niebla y frío en que cuesta levantar a los niños porque se aproxima el final del trimestre y llegan agotados, casi tanto como sus profesores.

Hablo del cosquilleo en el estómago ante la carta a los Reyes Magos, de las cenas anteriores llenas de buenas promesas, en las que ves a amigos a los que deberías dedicar más tiempo y no lo haces, como si la vida fuera una extensión interminable y no un pequeño paréntesis que se cierra enseguida. De las primeras compras, de las llamadas para organizar, de las listas y los detalles, de quién llevará esto o lo otro, de las películas que esperan a las noches en que ya no hay prisas, del cine, los villancicos y los adornos que huelen a Navidad, la sensación de tener un tiempo por delante para llenarlo de familia, niños y amigos, y libros que aguardan, y la escarcha y el carámbano de los paseos por el campo, muy temprano, y los colchones por el suelo y las chimeneas y los viajes.

También sé, porque he vivido ya algunos años, que la realidad suele imponerse, y que los buenos deseos están construidos con cimientos muy endebles. También sé que este cosquilleo a veces se mezcla con otro que nace aún más profundo y que tiene que ver con la añoranza de una época que ya no existe, de la niñez, cuando las navidades empezaban en el momento justo, de las personas, del vuelve a casa a vuelve cuando ya no hay una casa a la que volver.

Detrás de esta venda que nos queremos poner también late la aversión al consumismo atroz, las diferencias entre lo que pueden tener unos niños y otros, la soledad de las personas mayores, la miseria de quien no puede permitirse espera alguna. Todo está mezclado y todo tiene sentido, porque estamos hechos también de estas contradicciones, de esta esperanza puede que ridícula, de estos primeros días en que aunque sabemos que al final casi todo se estropea y nada resulta igual a lo esperado, es Navidad, estamos junto, y la vida se extiende como un regalo envuelto en papel brillante.

*Profesora y escritora.