TAtlgunos biempensantes aseguran convencidos que el motivo de que cada vez se vendan menos periódicos es que la gente está harta de que solo den malas noticias. No es verdad. Salvo excepciones puntuales que no crean tendencia, las personas que dicen eso --que las hay, y lo proclaman sin empacho-- nunca han sido lectores de diarios en el pleno sentido del término. Porque estos están acostumbrados a que se les cuente la cara menos amable de las cosas. Es más, es lo que siempre les ha interesado de la prensa. Tienen claro que para lo bonito, para disfrazar la realidad pública, está la propaganda.

Son otras las razones de la crisis de los periódicos. La competencia de internet y el bajón terrible de los ingresos publicitarios son los que se citan habitualmente.

Pero la marcha de lectores hacia no se sabe muy bien dónde y, sobre todo, la falta de interés por la prensa escrita que muestran las generaciones más jóvenes tienen también mucho que ver con el descenso de la calidad de los periódicos. No es que estén peor escritos que antes, es que cuentan menos cosas. O, mejor dicho, van menos al fondo de las cosas que cuentan. No investigan, no se anticipan. Porque eso cuesta dinero y los diarios, las teles o las radios tienen cada vez menos de eso.

Es una espiral infernal: la falta de medios para hacer buena información provoca descensos de ventas y de publicidad, y eso reduce aún más los medios disponibles. Pero si un milagro permitiera romper esa cadena y si, al menos por un tiempo, la prensa no sufriera la austeridad que hoy padece --y que es mucho más dura que la que están imponiendo los gobiernos--, lo que se esforzaría en publicar, con datos y argumentos que lo avalasen, serían aspectos de la actualidad que hoy quedan inéditos y que en su mayor parte no serían precisamente buenos según la terminología de los citados biempensantes. Porque lo que hay detrás de lo que está pasando es casi todo malo o muy malo. A los buenos lectores les encantaría conocerlo.