WAw unque no están consagrados legalmente, los debates televisados entre los dos candidatos constituyen los espectáculos más relevantes de la campaña electoral en EEUU. Muchos de ellos, como el inicial entre Kennedy y Nixon en 1960, fueron decisorios para influir en los votantes y anticipar el veredicto de las urnas. Reagan ridiculizó a Carter en 1980, lo mismo que hizo Clinton con Bush padre en 1992. El que celebraron el senador Barack Obama, por el Partido Demócrata, y el senador John McCain, por el Partido Republicano, primero de los tres previstos, no pasará a la historia como uno de esos momentos estelares susceptibles de cambiar el curso de la contienda. Transcurrió sin sobresalto, los aspirantes utilizaron los argumentos conocidos y ninguno cometió ese error fatal que puede llegar a malograr la más impecable actuación.

El debate estaba dedicado a la política exterior, pero ambos senadores tuvieron que dedicar 30 de los 90 minutos a hacerse eco del tumulto originado en Washington por la crisis financiera más importante desde 1929. Nada nuevo ni excitante, pues McCain y Obama coinciden en el diagnóstico del desastre y prefieren dejar el análisis y las recetas para cuando el panorama esté un poco menos confuso. No obstante, el demócrata, aunque más centrista de lo que se esperaba, ganó un valioso punto al sentenciar que la crisis actual es el corolario de ocho años de inoperancia republicana. Menos explícitos fueron en aceptar las correcciones que la crisis introducirá inexorablemente en sus programas económicos y en las opciones del próximo Gobierno.

El asalto se animó al abordar la situación mundial, asunto en el que McCain estuvo algo más contundente que su adversario. Obama insistió persuasivamente en la connivencia de su oponente con el desastre de la guerra de Irak y fijó su prioridad en Afganistán, pero ninguno expuso un plan viable y coherente para acabar con la pesadilla. El republicano se agarró al candor y la manida inexperiencia del demócrata, de manera que el forzado diálogo, a falta de toda discrepancia ideológica, discurrió por los trillados senderos de la pugna generacional.

No falto una inesperada referencia a España. Obama reprochó A McCain que no sepa si está dispuesto a reunirse con el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, "siendo como es España, un aliado de la OTAN".

En un mundo en frenética mutación, cuando la hegemonía de EEUU está en entredicho y los problemas se multiplican, el próximo presidente deberá tomar decisiones cruciales cuyo acierto dependerá tanto de la experiencia propia o ajena como del buen juicio.