TDte cada cinco niños españoles, en edades comprendidas entre los seis y los diez años, uno de ellos presenta problemas de sobrepeso que podrían derivar en obesidad. Por un lado, tenemos una generación de madres que acude al gimnasio y cuida su alimentación, y, por otro, unos hijos que van para gordos.

Enseguida viene el vecino sabio que le echa la culpa a las hamburguesas, pero los abuelos de esos niños con problemas de sobrepeso se criaron con el doble de grasas e hidratos de carbono, sin que aquello tuviera consecuencias en su organismo, entre otras razones, porque esos abuelos no se pasaban tres o cuatro horas frente al televisor, por la sencilla razón de que no existía el televisor.

Nunca ha habido tantos gimnasios, y en los hogares españoles tantas bicicletas estáticas, mancuernas, balones de pilates y tablas de abdominales, y tampoco jamás como ahora han abundado los niños gordos.

Recuerdo la clase de gimnasia, donde siempre había un gordo al que era necesario que ayudar a saltar el plinto o el potro, que sufría lo suyo, que aguantaba lo que Tereni Moix denominaba el sadismo de nuestra infancia, y que solía ser una excelente persona, pero era uno, uno por clase, en clases que variaban entre treinta y cuarenta alumnos. Según la estadística actual, en una clase actual de cuarenta alumnos tiene que haber una media de ocho niños gordos. Esta gordura inducida por el sedentarismo y la alimentación va a representar un grave problema de enfermedades y mala calidad de vida, que podría atajarse ahora, que es más sencillo y asequible. Ya sabemos que, al final, todos nos quedaremos en los huesos, pero mientras estemos vivos hay que procurar que esos huesos no estén rodeados de tanta grasa.