Periodista

El ciudadano X abrió el buzón y, tras rescatar el correo de entre los folletos publicitarios, abrió la correspondencia personal. Uno de los sobres parecía algo oficial: palabras como protocolo y notario, un escudo, un código de barras... Pero era una propaganda sutil y artera, que le invitaba a llamar a un teléfono 806 para aceptar el presunto obsequio de un equipo de DVD. Al rato pulsó el timbre una chica que se presentó como una enviada de estadística para saber cuántos menores de 10 años vivían en la casa, aunque resultó ser no una representante de la Administración, sino de una firma de productos infantiles. Luego sonó el teléfono y al ciudadano X le ofrecieron una caja de cava de una marca desconocida, al igual que otras veces le habían ofrecido cursos de inglés, enciclopedias o seguros. Como en otras ocasiones, el interpelante se había cuidado de que su número no quedara reflejado en el visualizador de identificación de llamadas.

El ciudadano X ha constatado que, con el nuevo curso en marcha y la campaña navideña en lontananza, la publicidad invasiva, cual ave en celo, ha entrado en la época más ardorosa del año. Y se ha sentido de nuevo indefenso ante una práctica que más que márketing parece mobbing. Una práctica que no sólo no tiene respeto por la intimidad de las personas, sino que a veces intenta engañarlas abusando de la ingenuidad o la buena fe.

El ciudadano X sabe que en España la ley regula la publicidad y protege los datos personales frente a su uso ilícito. Por eso, abrumado, conecta el ordenador, abre el correo electrónico para escribir a la OCU y de él brotan mensajes publicitarios no solicitados...