Desde hace unos años y a partir de una desafortunada ocurrencia de un escritor italiano, en muchos de los puentes de todo el mundo los enamorados cuelgan candados con sus iniciales, como símbolo del amor que (en ese momento) se tienen. Normalmente la llave acaba en el río, con el perjuicio que eso causa para el medio ambiente; pero ése es otro tema que hoy no toca analizar.

Mi reflexión va hacia el símbolo en sí mismo; ¿en qué momento alguien pudo pensar que un candado, que amarra fuerte y que necesita una llave, pueda ser el referente de una relación? Creer en un candado como símbolo del amor habla mucho más de pretender retener que de querer unir. Un guía malagueño en París, indignado con «los puñeteros candaítos», nos dijo que la verdadera prueba de amor sería tragarse la llave, pero que a eso no se presta nadie, claro.

Yo creo en el amor, ése tan cotidiano de Sabines «Te quiero como para invitarte a pisar hojas secas una de estas tardes», en el arrasador de Garcilaso «Yo no nací sino para quereros; mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma mismo os quiero» y el de Borges, cuando «Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo».

Pero esa idea de atadura, de prisión, de falta de libertad sería para mí un candado. Si tuviera que simbolizar el amor de alguna manera, sería plantando un árbol entre dos personas que se aman. Con sus raíces bien aferradas a la tierra y a lo cotidiano, con su necesidad de sustento y riego, y con sus ramas siempre tendiendo hacia el cielo y lo que esté por venir. Con la posibilidad de marchitarse, sí, pero también de crecer y de ser hogar y alimento para otras vidas. Y ésa es una de las enseñanzas que deberíamos dejar a nuestros hijos, más a los que empiezan a tener edad de experimentarlo: a veces el amor y a veces nada, pero nunca el dolor intencionado, porque eso no es amor. Es una condena, y puedes pasar toda la vida pagándola. Así lo veo yo: «Sobre amores que encadenan y limitan. Sobre los que ciñen y atrapan. O los que atan y encierran. No son amor, son condena. Sobre todos ellos, deja correr el agua. Que se vayan lejos. Que no puedan tocar ni tu sombra. Lejos».