Cada mañana, mientras desayuno, me tomo directamente del telediario dos o tres píldoras de ficción que me hacen más llevadera la realidad que me espera tras la puerta. Así, vacunada contra el espanto y la imbecilidad profunda, cualquier cosa que pase no puede afectarme. No siempre el método es infalible. Hay días en que no sé por qué se produce un cortocircuito mental y empiezo a creer que la realidad también tiene que ver con lo que dicen esas mujeres subidas a tacones inverosímiles y embutidas en vestidos con los que apenas pueden andar dos pasos. Los presentadores, eso sí, van más cómodos y con trajes chaqueta que les dotan de un aire de seriedad que por lo visto, no atañe a las periodistas, cuya credibilidad parece depender más de su talla de pantalón que de su altura intelectual. Así sucede en muchas cadenas de televisión y así nos lo muestran sus directivos. Son leyes no escritas que no pueden cuestionarse, como hacemos cuando fingimos creer que las naves espaciales existen, los ogros son verdes y se casan con ogresas y los animales hablan en los dibujos animados. Pacto ficcional, se llama. El autor nos engaña, y nosotros nos dejamos engañar para que la acción continúe pero siempre que la mentira esté bien trazada. Si algo chirría en el engranaje, si un personaje no es creíble, la arquitectura se desmorona y las piezas acaban desparramadas por el suelo. A veces pasa, pocas. Tienen muy buenos guionistas, y los personajes, sobre todo los protagonistas, son magníficos.

Alguna mañana, el café se me enfría mientras me asombro de la imaginación calenturienta de los autores de estos capítulos de ficción que quieren hacer pasar por realidad: una residencia de ancianos que vacuna a los familiares de los trabajadores, porque sí; un foro de militares que aún cree estar en los salones de terciopelo rojo ajado de los casinos donde se urden todas las sublevaciones, a salvo de que ningún civil, esa escoria, escuche sus bravatas; un país imaginario en que la cifra de muertos equivalente a que un avión cargado de pasajeros se estrellase cada día ha dejado de importarnos a cambio de polémicas sobre quién puede prohibir qué, y lo bien que hemos salvado la Navidad; el Capitolio tomado por los partidarios de un presidente que no quiere dejar su puesto...

Apasionante, ya digo, aunque a veces los titulares se confundan y sin querer, la acción muestre algo de la realidad, siempre tan impertinente. Son líneas secundarias de la trama, colas de los comedores sociales, la subida del precio de la luz en plena ola de frío... Enseguida se vuelve a la trama principal, porque está visto que esto no le interesa a nadie, y la función tiene que continuar. Menos mal que veo los telediarios antes de salir a la calle. Otros toman vitaminas, y otros se enfrentan a la realidad sin su dosis correspondiente de ficción, y acaban locos. Yo me desayuno dos o tres titulares, procurando no tener el estómago vacío para que no caigan a plomo en la mucosa desprotegida de mi condición humana, bebo agua para digerirlo mejor, porque algunas cosas son intragables, y así, me enfrento a la realidad muchísimo más tranquila.