La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha vuelto a enfriar las expectativas de crecimiento del producto interior bruto (PIB) de España para este año, que sitúa en el 2%, y en los dos próximos que no cree que pase del 1,6%. Es algo más pesimista que el Gobierno. Esta previsiones, como las de la Comisión Europea, se basan en tres perspectivas: la inestabilidad de la economía global que lastra las exportaciones y el turismo; la falta de presupuesto que limita las capacidades fiscales de revertir esa caída con el consumo interno y la inestabilidad política por falta de una mayoría clara en el Parlamento que impide poner en marcha reformas estructurales. Todo un ejercicio de realismo que tanto la clase política como empresarios y trabajadores deberían aceptar como el marco en el que librar sus debates, sus alianzas y sus acuerdos. Por ahora, el único instrumento claro que tiene España para navegar en la inestabilidad global es mantenerse dentro de la disciplina fiscal de la zona euro, controlando el déficit y la deuda. Ese debe ser el punto de partida de un futuro Gobierno que, ahora, resulta tan necesario como difícil de concretar.

España no puede permitirse una tercera convocatoria electoral porque su economía se resentiría de manera clara. Necesita un Gobierno que acepte este marco fundamental y que, como pide el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, tenga la moderación como bandera. Porque no se trata de tener un Ejecutivo a cualquier precio, sino una mayoría estable que pueda aprobar unos Presupuestos acordes con los criterios de Bruselas y avanzar en las reformas que propone la OCDE. No es fácil conseguirlo. Se trata de atraer los extremos al centro, no de extremar las posiciones hasta ahora moderadas. Estamos ante un intento que avanza lenta y discretamente pero que no debe dar una sorpresa final acordando in extremis un programa que ponga en jaque la continuidad de España en la zona euro o malogre la confianza de los empresarios. Más bien debería ser un Gobierno capaz de atraer a los trabajadores a un gran acuerdo social.

La inestabilidad de la economía global va a seguir. El proceso de impeachment de Donald Trump puede extremar aún más sus postulados, la nueva Comisión Europea no acaba de arrancar, las elecciones británicas complican el brexit... Ante este agitado panorama hace falta un esfuerzo de la política para ponerse a solucionar problemas antes que crear algunos nuevos. Posiblemente se trata más de cambiar de talante antes que de forzar alianzas más o menos antinaturales. Quienes participen en ellas deben comprometerse a respetar el marco europeo, generar confianza antes que generar inquietud, buscar acuerdos antes que forzar medidas no contrastadas. La cuestión, como decía el presidente de la patronal, no es de siglas sino de manera de abordar los problemas, de perspectiva y de aparcar los cálculos meramente electorales por los auténticamente políticos, que piensen en el interés general y que protejan el modelo europeo: el crecimiento económico para garantizar el reparto del bienestar entre los ciudadanos.