Lo que empezó hace cuatro años como una crisis pasajera se ha consolidado ya en una recesión de aupa. Esta semana se han publicado las estadísticas de crecimiento económico de España, Francia y Alemania y las cifras rondan el cero. Con esa perspectiva es seguro que habrá en otoño un incremento del paro y un descenso del consumo.

Eso significa también que los ingresos de las arcas públicas irán a menos, incluso si se suben algo los impuestos. Azuzado por la señora Merkel nuestro insigne Zapatero prepara otra ronda de recortes que aún no se conocen en el momento en que escribo estas líneas.

Pero sea cual sea el alcance de las medidas, ha calado en los ciudadanos la idea de que vamos a tener menos servicios públicos. Y eso es durísimo en una sociedad donde nos hemos acostumbrado a que los poderes públicos garanticen los servicios y el bienestar. Al iniciarse el quinto año de la crisis hemos tenido que reconocer que las cosas no pueden seguir así.

Lo que ahora se discute es dónde caen los recortes. Ya nadie dice que se puede mantener el Estado del bienestar a costa de subir los impuestos. La realidad es que ha habido un cambio de proporciones descomunales. Nuestro país, como Italia, Portugal o Grecia, acumula enormes desequilibrios comerciales y de presupuestos públicos.

XLA FEROZx competencia de los países emergentes, y la carencia de recursos naturales (no tenemos petróleo, ni gas, ni acero, ni metales preciosos) y la imposibilidad de competir con los grandes productores agrícolas (Brasil, Argentina, Canadá, EEUU y Rusia) nos obliga a investigar. Pero tampoco despuntamos en los sectores industriales y de innovación.

Hay una oleadas de pesimismo colectivo que se autoalimenta. Para complicar más las cosas tenemos una sociedad muy envejecida y emigran todos los jóvenes que pueden hacerlo. Como suele suceder en estos casos, emigran los mejor preparados; una sangría para nuestra sociedad.

Y sin embargo somos una economía fuerte que sólo necesita un estímulo para ponerse en pie. Todos sabemos, porque lo vemos a diario, que hay una inmensa economía sumergida que no tributa y está socavando a las pequeñas empresas que pagan sus seguros sociales.

Todos sabemos que muchos de los profesionales que se jubilan siguen trabajando en pequeñas reparaciones y mantenimiento para complementar sus pensiones, que no son pequeñas.

Todos conocemos a algún beneficiario del subsidio de paro que no se preocupa en buscar trabajo (tampoco es fácil encontrarlo) hasta que no llega el penúltimo mes de percepción del subsidio.

Todos sabemos que se piden demasiadas medicinas, porque son gratis total. Hay viudas que cobran generosas pensiones a pesar de que ellas mismas tienen salarios no despreciables.

Si reconocemos que hay que recortar en el gasto sanitario y de pensiones, es posible hacer economías sin dañar a los más desfavorecidos del tejido social. Sobre todo porque el elevado coste de las cotizaciones de Seguridad Social supone una enorme transferencia de recursos de los jóvenes hacia los ancianos. Para que los mayores tengan buenas pensiones, muchos jóvenes permanecen en el paro.

La realidad es que muchos empresarios no contratan porque es gravosos cotizar y despedir. En la situación de emergencia nacional en que nos encontramos no debería haber gravamen alguno para el que crea empleo. Es seguro que habría más contrataciones si los empresarios quedaran exentos de pagar cotización alguna (y la indemnización por despido) durante cinco años por contratar jóvenes en desempleo.

Se dirá, con razón, que eso es un contrato basura. Pero más basura es el desánimo y tristeza que acompaña a jóvenes que han terminado sus estudios y no tienen esperanza alguna de encontrar empleo.

Me parece indigno que un emprendedor que contrata a un trabajador deba pagar casi un 40% de gastos entre cotizaciones y futuras indemnizaciones, mientras que el inversor que obtiene rentas del capital paga sólo un 21%.

Y si la disminución de ingresos de la Seguridad Social no pueden compensarse con impuestos, valdría la pena reducir las pensiones. El año pasado se bajó el sueldo a los funcionarios, pero no se tocó el de los pensionistas que cobran 2.500 euros al mes. Y hay unos cuantos matrimonios de jubilados en que ambos miembros cobran pensión. Son muchos cientos de miles los pensionistas que no llegan a los 65 años. La lógica nos dice que no se pueden soportar esos pagos con la actual debilidad económica.

Es muy difícil dar con las medidas correctas que estimulan la economía sin causar fracturas sociales. Pero es seguro que los poderes públicos han de recortar el gasto, y al mismo tiempo subir los impuestos.

Eso supone un doble recorte de los recursos de los particulares. Sufrirán mucho las empresas porque bajará el consumo (por eso se hunde la bolsa). Todos seremos más pobres, pero si lo hacemos bien saldremos del pozo.

Dice la Biblia que el período de vacas flacas duró siete años. Ya llevamos cuatro. Si hacemos los deberes saldremos pronto del túnel. No hay que perder la esperanza.