TSton muchos, haz la cuenta. Aquella vez que cogiste el coche con una copa de más (yo controlo, ¿recuerdas?) y justo antes de arrancar, no sabes por qué, te dio por entregarle las llaves a tu amigo sobrio; o esa curva que no cogiste bien, ese adelantamiento tan justo o todas las mañanas de niebla en las que apenas se ve la carretera y sin embargo llegas a casa. Suma y sigue. El dolor agudo que al final no fue nada, la operación de tu padre, la llamada en mitad de la noche que venía a decir que esta vez tampoco te había tocado, que era otro el que acababa de perder a un ser querido. Concéntrate. El beso que ya no esperabas, la noche en que él se dio la vuelta para sonreírte en mitad de la plaza, la canción que sonaba cuando pensabas que nunca la ibas a conocer. La fiebre que no baja, la tos incesante, el ángel de la guarda de todas las caídas. Sigue pensando. Los mensajes de amigos perdidos y encontrados, la palmada en el hombro, las lágrimas a destiempo, la risa siempre bienvenida. La guerra que no vas a vivir nunca, la que no vivirán tus hijos, el segundo antes de la explosión, el quiebro justo que esquiva el destino. Todas las mañanas nuevas que te concede el sueño, hasta las que te parecen un castigo, las semanas enteras, el cómputo de los segundos que se van descontando a tu ración de vida. Coge aire y siéntete afortunado, porque son muchos los regalos que has ido recibiendo desde que naciste. Abre los ojos y mira el mundo de otra manera. Ojalá debajo del árbol encuentres muchos más presentes como estos que tenías olvidados. Y recuerda que lo único que importa nunca aparece envuelto en papel brillante.