En principio, el mejor regalo que recibimos en nuestra vida es la propia vida. Para los que pasan por ella con más sonrisas que lágrimas será un regalazo, y para los que pasan por ella con más pena que gloria será un regalito. Nada más nacer nos están esperando otros regalos: la cuna de la abuela, el pijamita de la tía -hermana de mamá-, los zapatitos de la otra tía -cuñada de mamá-, el sonajero de la mejor amiga de mamá. En fin, una amplia lista de regalos, sobre todo si la criatura es primeriza.

A partir de ahí, cada año cumplido, regalos recibidos. El primer año más pijamitas, más zapatitos, gorritos, sonajeros y algún juguete de esos que emiten sonidos cuando los tocas. El segundo año crece el número de juguetes regalados. El niño o la niña ya desenvuelven el papel que cubre una caja con una muñeca, o un coche-payaso, quizá un básico instrumento musical con forma de organillo o un perrito peluche a pilas que ladra y anda. El tercer año seguramente recibirá como regalo de cumpleaños un muñeco superhéroe con luces, voz y movimiento; si es niña una muñeca princesa con tres trajes. Puede que estos regalos se inviertan si los niños son de los que eligen y los padres no son de los que ponen el grito en el cielo si el niño prefiere jugar con muñecas y la niña con cochecitos. A partir del cuarto año, estos padres temerosos de que sus hijos puedan tener gustos sexualmente ambiguos, pueden regalar bicicletas, instrumentos musicales o libros de cuentos, aptos tanto para niños como para niñas. En años sucesivos llegarán los regalos de videoconsolas, teléfonos móviles, tablets; y con ello la indiferencia del agasajado hacia el resto de juguetes regalados años anteriores, y quizá hacia las personas que le rodean.

Conforme transcurran los años recibiremos regalos de todo tipo: para vestir, para realizar nuestras aficiones, para culturizarnos, para hacer deporte, para oler bien, e incluso para seducir. Y ya de ancianos puede que nos regalen una cama ortopédica, unas zapatillas de paño o un pijama con bata a juego. No son una cuna, ni unos zapatitos, ni un pijamita. Pero como dice el dicho: “A caballo regalado no le mires el diente”. La vida sigue.