Esta mañana, al levantarse, habrán visto lo que los reyes les han dejado a los pies del árbol de Navidad.

Seguro que no han advertido que detrás de cada regalo hay una intención, un mensaje o una palabra secreta que descubrir. A todo el cariño e ilusión que debemos ponerle a cada cosa que hacemos, a cada momento único de nuestra vida. Por eso esta jornada los detalles intangibles que guardan las cosas materiales se habrán deslizado por sus casas como si de un aire nuevo se tratara y así, la ropa nueva que estrenarán mañana llevará el rastro de las manos del rey que la acarició antes de entregarla a domicilio esta madrugada.

Ocurrirá también que los libros de ese autor que leerán con avidez en unos días se habrán convertido en una manera bella de llenar su ocio y los zapatos que andarán las próximas mañanas las calles frías sentirán si su vida, nuestras vidas, siguen en buen pie. Los regalos tienen corazón, están hechos del alma que le infundimos a lo que hacemos, una señal cierta y segura del halo vital que vamos dejando a medida que crecemos.

Por eso hoy los niños son los grandes protagonistas porque les queda toda la vida por construir y crecer, porque ellos se convierten en la razón verdadera y principal para que todo tenga sentido. Quizá por eso fuera bueno recordarles a los mayores cómo fue ese día de Reyes de ayer, cuando nada era igual, cuando todo era distinto.

Hagan la prueba y rescaten de su imaginario sentimental aquel juguete, aquella sensación infinita de que lo bueno había llegado. Y así, aprendan a tener presente que una vez fuimos aquellos a quienes un regalo, cualquier detalle, nos hizo feliz una mañana como la de hoy.

* Periodista