En demasiadas ocasiones nos enteramos de lo que ocurre por titulares que sólo cuentan una pequeña parte de la historia. La mayoría de los ciudadanos no tenemos tiempo suficiente para informarnos y el periodismo tampoco pasa hoy por su mejor momento. «Un motín en Aluche provoca una fuga», «Finaliza el motín en el CIE de Aluche después de 11 horas de tensión», «Los 39 inmigrantes amotinados en el CIE de Aluche serán expulsados de España». Estos titulares (los hay mucho peores) y las imágenes de un edificio similar al de una cárcel, con un grupo de personas con capuchas y de procedencia extranjera gritando, provocan un juego de relaciones demasiado peligroso. Y de ahí, al discurso fácil, a las conclusiones equivocadas, sólo hay un paso.

Estaría bien preguntarse qué es un CIE y por qué protestaban estas personas. Si es que a estas alturas hemos sido capaces de dejarles el estatus de persona, porque la idea de presos delincuentes es la que ronda ya por la cabeza de algunos.

Los CIEs, siglas para Centro de Internamiento para Extranjeros, son, en realidad, lugares oscuros, a los que no dejan acceder a la prensa y con un historial de denuncias de vulneración de derechos humanos. Hay siete en España. En ellos están inmigrantes que esperan conocer si serán o no deportados a sus países. En muchos casos sólo han cometido una falta administrativa: no tener la documentación necesaria. Sólo eso. Son personas sin papeles, aunque haya quien con esto ya sentencie y dé su veredicto, desalmado y desinformado: «que se vayan a su país, aquí sobran y son peligrosos». Pero, menos mal, ellos no son la ley.

No se trata de delincuentes en cárceles, son cárceles preventivas para individuos que nosotros hemos convertido en ilegales. Les hemos rodeado de un contexto, un lugar y un trato que sólo recibiría un delincuente.

Pero dibujarles esa apariencia y colocarlos en ese escenario no les convierte en tales. Lo que sí conseguimos es reforzar la unión de inmigración y delincuencia, expandir el miedo al extranjero, ahondar en la diferencia entre los de aquí (buenos) y los que vienen de fuera (malos).

Por eso, a pesar de la falta de tiempo y de la escasez de un buen periodismo, es necesario pararse a mirar, analizar y enterarse bien. Abrir la mente, soltarnos de las cadenas de los prejuicios y de los conceptos rígidos. De las relaciones superficiales y peligrosas.

En estos CIE mueren personas por falta de atención sanitaria (busquen el nombre de Samba Martine). Los propios policías que trabajan en ellos critican la falta de medios, materiales y humanos. En estos CIE se pasa frío y miedo. En estos CIE se maltrata a las personas. ¿Y para qué?

Más de la mitad de los migrantes que pasan por alguno de los 7 centros que hay en España acaban puestos en libertad y con una media de 40 días de vejaciones a sus espaldas. Hagamos un ejercicio de honestidad, veamos cómo funcionan, conozcamos su balance, busquemos incluso los costes económicos para nuestro país y decidamos si son lugares que queremos mantener. Enterémonos, de una vez, en qué condiciones y con qué objetivo estamos encerrando a personas que no han cometido ningún delito.