La ardua tarea del gobierno para sacar adelante sus proyectos es ya un calvario. Algunos consideran que así ZP renueva su antaño famoso talante. Otros piensan que ofrece una imagen inestable y oportunista. Un gobierno débil no lo veo yo deseable. Zapatero precisa tantos apoyos de tantos que corre el riesgo de hacer no lo justo para todos sino lo necesario para él. Por la mañana pacta con unos y por la tarde se desdice, con el consiguiente quebranto de su credibilidad. Para conseguir los indispensables y transitorios avales, tras lo que los vascos han interpretado como una patada en el culo, y yo como un acto de patriotismo y sentido de estado del presidente, no le queda sino prometer. Promete a los catalanes una financiación superior a la media, promete a los ecologistas lo que sea, que para eso él es el más antinuclear y a los de Garoña un improbable: "no teman por sus empleos", promete a los de aquí y a los de allá, a Barreda y a Feijóo . Pero tanta promesa cansa y levanta ampollas en en los tradicionalmente postergados. Mientras Monago y Vara se sermonean y vapulean, este se reúne con Salgado y la región se aleja de los objetivos de la UE para 2010 en empleo y formación, un solvente informe desenmascara la flagrante desmemoria histórica: durante décadas Extremadura fue postergada económicamente para acometer proyectos civiles -- obras de comunicación, educación o sanidad--, frente a Andalucía, Madrid o Cataluña, favorecidas con montantes hasta cuatro veces superiores. Duele pensar lo que sería ahora nuestra tierra si hubiera recibido lo mismo que las demás. Y aunque mi entusiasmo nacionalista es nulo, me pregunto: ¿Qué ocurriría si a pesar de la intrascendente demografía de una parte de España secularmente ofendida y humillada, esta contara con un trascendente partidito nacionalista, cuyo aún más trascendente voto ahora precisara el PSOE? Tal vez el reparto de prebendas sería sustancialmente diferente.