Las tropas norteamericanas (130.000 hombres) ya no patrullan por las calles de las urbes de Irak, sino que permanecen acuarteladas en sus bases en cumplimiento de la retirada gradual pactada por el Gobierno de Bagdad con el presidente Bush . Nada que ver con la desastrosa evacuación de Saigón en 1975, pero pocas semejanzas con Corea del Sur, Japón o Alemania, los tres países donde siguen los soldados estadounidenses 60 años después del fin de la contienda. La situación en Irak resulta problemática, pues no está claro si se trata de una victoria de la libertad o de otra derrota del intervencionismo.

Pesan mucho en EEUU los 4.322 muertos y una carga financiera que podría alcanzar el billón de dólares. En vísperas de la guerra (marzo del 2003), para derrocar a Sadam Husein , el 60% de los norteamericanos estaban a favor de la invasión, autorizada en el Congreso por abrumadora mayoría. Ahora, un porcentaje similar considera que el conflicto no era necesario, apreciación popularizada por la prensa --"una guerra innecesaria", remacha The New York Times-- luego de que el analista Richard Haass publicara el ensayo ´Guerra de necesidad, guerra de elección: un informe sobre las dos guerras de Irak´, en el que sostiene que la primera fue inevitable, y la segunda, un error y una empresa ruinosa.

El veredicto de la historia dependerá de lo que ocurra a partir de ahora --la estabilidad improbable o un nuevo desastre-- a condición de que la retirada de las tropas de combate culmine el 31 de agosto del 2010, según el calendario fijado por el presidente Obama , quien aseguró en la campaña electoral que no era un pacifista, que no estaba en contra de todas las guerras, pero sí de las estúpidas. Por eso ha elegido la que se libra en Afganistán, en la creencia de que esa actuación supuestamente inteligente cimentará su prestigio como comandante en jefe y aventará los enredos sobre su firmeza.

El futuro de Irak es incierto, las tensiones sectarias se han exacerbado en las últimas semanas, el petróleo está por repartir por el Parlamento y los terroristas de Al Qaeda en Mesopotamia, aunque diezmados, siguen activos. La unidad nacional es una entelequia y el federalismo resulta inconsistente. Está por ver la influencia de los radicales de Irán o Siria en el precario equilibrio étnico-religioso. Y lo que es crucial: existen dudas razonables sobre la capacidad del Ejército y la policía iraquís (unos 700.000 hombres), que arrastran problemas de disciplina, corrupción y profesionalidad, para enfrentarse a la insurgencia sin el paraguas logístico e informativo norteamericano.

Entre los fuegos artificiales y las proclamas del primer ministro, Nuri al Maliki , sobre la soberanía recuperada, un coche bomba conducido por un suicida causó más de 30 muertos en Kirkuk. Los que osan hablar con los periodistas occidentales expresan una satisfacción nublada por el temor. "No nos gustan los norteamericanos, pero damos gracias a Dios cuando los vemos porque confiamos en ellos más que en las fuerzas de nuestro Gobierno", declaró un bagdadí por TV. Los niveles de violencia se han reducido en el 90% si se compara con el cataclismo de 2006-2007, pero unos 300 iraquís y 14 norteamericanos murieron en junio.

Obama encara un doble desafío: terminar con la ocupación en el tiempo previsto, pues cualquier paso atrás dispararía la espiral de nunca acabar, y preservar una relación fructífera con un país clave en la región más conflictiva del mundo. Los pesimistas pronostican que la iraquización en marcha podría desembocar en un desastre, como ocurrió con la vietnamización promovida por Nixon y Kissinger en 1973. Una experiencia más peligrosa que la del Líbano multiétnico, un mosaico-polvorín siempre al borde de la guerra civil, alimentado por la codicia petrolera y por los extremistas sunís (Takfiri) que siguen nostálgicos de su dominio y recelosos de la hegemonía chií.

Ninguno de los objetivos de la guerra se ha cumplido. Al cesar Bush, el prestigio norteamericano estaba por los suelos, el terrorismo en aumento y el Oriente Próximo en ebullición. Las armas de destrucción masiva no estaban en Irak y el sátrapa Sadam Husein no tenía vínculos con Al Qaeda. La tan cacareada transformación democrática del mundo islámico no es para mañana, como se acaba de comprobar en Irán, y es evidente que la paz en Jerusalén no pasa por Bagdad. La agenda para la promoción de la libertad ha sido sacrificada en el altar del realismo. Y como las lecciones no se aprenden en cabeza ajena, Obama parece empeñado en que el Pentágono alumbre en Afganistán una doctrina de la contrainsurgencia de aplicación universal y efectos fulminantes.

La estatura internacional del gigante norteamericano disminuyó debido a los errores encadenados de una guerra preventiva cuyo desenlace final ya no está en sus manos. La retirada parece irreversible, pero el modesto hito del repliegue podría modificarse en caso de escalada de la violencia. El éxito de la operación dependerá de la eficacia de las tropas iraquís y de la estabilidad de un Estado fragmentado que difícilmente resistirá el parangón con el modelo soñado por los estrategas de Washington.