WPw uede un país, aunque sea EEUU, soportar la guerra más larga de su historia, que en 10 años le ha costado más de 1.500 muertos y casi un billón de dólares cuando sufre una severa crisis? ¿Puede un presidente que aspira a ser reelegido arriesgarse a que la gran presencia de tropas estadounidenses en Afganistán sea munición en manos de la oposición, contraria a esa presencia, en plena campaña electoral en el 2012? La respuesta a ambas preguntas es no, y Barack Obama así lo ha entendido cuando ha anunciado una retirada gradual de tropas del país asiático más rápida de lo previsto y a riesgo de enfrentarse al Pentágono, poco partidario de las prisas.

La de Afganistán fue la guerra de Bush, que, además de acabar con Al Qaeda y el régimen talibán, se proponía implantar la democracia. Convertida en la guerra de Obama, este se conforma con unos objetivos realistas: instaurar un Estado mínimamente funcional y una solución del conflicto civil, que pasa por la incorporación de los talibanes, con quienes ya se habla discretamente.

Esta guerra no acabará en victoria ni derrota. Obama justifica la retirada por la muerte de Bin Laden y la pérdida de iniciativa talibana, pero el tiempo dirá cuán honrosa será la salida. Una vara para medirla será el cierre de escuelas para niñas. De momento, otros países con tropas en Afganistán respiran aliviados ante el fin del despliegue. Rodríguez Zapatero anunció ayer que los soldados españoles volverán a casas antes de 2014.