No se trata de Seat, Nissan, Opel, Renault o demás multinacionales instaladas en España. Ni tampoco se trata solo de España, Francia o Alemania, los principales países fabricantes de automóviles de Europa. Todo el sector de la automoción en el mundo afronta un periodo de incertidumbre sin precedentes, que sigue al cataclismo que vive el sector financiero. Igual que en la banca, la señal de aviso partió de Estados Unidos. Y el equipo de Obama ya anuncia un plan de rescate para sus marcas más emblemáticas, como General Motors o Ford. Una declaración de emergencia industrial que sigue a la financiera, iniciada hace más de un año, y que requiere la misma atención, porque la industria más identificada con el progreso, desde hace más de un siglo, es la del automóvil. Sus procesos de fabricación han sido auténticos motores de la innovación, desde la robotización en las plantas de montaje hasta el desarrollo de la logística de los proveedores. En la parte social, ya es leyenda que los sindicatos del metal fijan el modelo en las relaciones laborales. Por eso es tan importante tener muy presente que han sido distintas las negociaciones en Seat que en Nissan. El propietario de Seat, Volkswagen-Porsche, tiene plan de futuro, y el de Nissan --con Renault como principal accionista--, no. Una cosa son los despidos temporales que han propuesto los alemanes y otra la reducción de plantilla pura y dura de Nissan, que solo augura un cierre a plazos.

La excusa de que se ajustan plantillas por la caída de ventas no es razón, porque ya se sabe que el consumo pasa ciclos coyunturales. Lo que ahora se plantea es estructural: las grandes marcas, que han hecho de España la tercera fabricante de automóviles de Europa, aprovechan la crisis financiera para replantear su estrategia mundial. Y es ahí donde el Gobierno español es débil, porque ha de presionar sobre multinacionales con sede en otros países.