Solemos pensar que el ejercicio de la responsabilidad en política se paga caro. Sin embargo, es un dogma indemostrable de la democracia que, en la libre confrontación de las opiniones, al final siempre se impone lo correcto y razonable. Por eso, en un orden democrático, es esencial garantizar la libre discusión de las ideas y la búsqueda de los intereses que sean vitales para el buen funcionamiento del sistema. Si en ese afán un grupo político debe sacrificarse por el bien común, con toda seguridad su acción nunca será baldía y, a la larga, tendrá recompensa.

En el polo opuesto, las acciones políticas populistas se apoyan en argumentos demagógicos que ahora gusta propagar con eslóganes y tuits. Con ellos se intenta que las personas se identifiquen emocionalmente con determinadas ideas radicales o secesionistas. Más claro: se pretende convertir a los ciudadanos en consumidores de decisiones políticas prefabricadas e impracticables. Detrás de estas estrategias suelen estar políticos que podríamos calificar de pseudo intelectuales. Esto es, personajes a los que el ejercicio de la política les sirve de trabajo y de entretenimiento. De trabajo, por ser su modus vivendi; de entretenimiento porque para ellos la política es un juego. Las críticas de estos líderes al orden democrático suelen ser acerbas y ásperas. Alientan el conflicto y no están por la gobernanza del país.

La decisión que ha tomado el partido socialista puede juzgarse como responsable. Aunque también responde a criterios de oportunidad. El punto verdaderamente interesante de la cuestión es saber si, en unas nuevas elecciones, un partido descabezado y fraccionado habría estado en condiciones de ofrecer una alternativa política constructiva y ganadora. Puede discutirse la forma de abstención elegida para permitir la gobernabilidad, pero en estos momentos hay que admitir que la militancia socialista, a pesar de la resistencia inusual que está exhibiendo frente a los manejos de sus dirigentes, sería incapaz de poner en marcha un programa viable.

Se avecinan tiempos de diálogo y de pactos, de unir fuerzas, porque es absolutamente imprescindible que consolidemos un proceso de despegue económico y de expansión productiva. No debemos olvidar que los Estados han perdido soberanía y que la Unión Europea restringe nuestra capacidad de toma de decisiones. Y con esta limitada maniobrabilidad tenemos que cubrir muchas necesidades. Las más urgentes: sacar de la situación de desempleo al conjunto de compatriotas que lo sufre y, sobre todo, traer vientos de esperanza a ese ingente número de jóvenes desesperanzados.