Ninguna persona sale de su casa, recorre algunos kilómetros y espera una cola de al menos dos horas para pasar apenas un minuto delante del féretro donde descansan los restos mortales de un político, a no ser que en el interior de esa persona se alberguen fuertes emociones. Eso es lo que ocurrió en la intimidad de miles de mujeres y hombres durante las horas de la despedida a Alfredo Pérez Rubalcaba.

Dan igual las razones, y por eso no voy a escribir sobre ellas. También da igual la opinión que nos genere a cada uno, y por eso tampoco voy a escribir la mía. Se trata de emociones. Lo que importa es que la fuerza de determinadas emociones sacó de sus casas durante unas horas a miles de personas.

Pero sí hay un matiz importante, del que quiero escribir. No se trataba de cualquier tipo de emoción, sino de emociones positivas: admiración, agradecimiento, respeto, reconocimiento. Incluso para personas que no votaban al partido de Pérez Rubalcaba. Porque no se trataba de razones, sino de emociones. Emociones motivadoras: que mueven a las personas de su confort unos cuantos kilómetros más allá para hacer cola por apenas un minuto ante un ataúd.

¿Qué significa esto respecto de la nueva sociedad? ¿Y respecto de la nueva política que esta nueva sociedad necesita desde hace al menos una década, tal como algunos venimos reclamando infructuosamente?

La respuesta definitiva la ha dado un representante de otro signo político, Borja Semper, candidato del PP a la alcaldía de San Sebastián en estas elecciones municipales. Semper ha eliminando el logotipo de su partido de la publicidad. Pero, siendo esto bastante audaz y radical, no me interesa que haya retirado el logo, sino el lema de su campaña: «No es política, es San Sebastián».

No voy a valorar la calidad de la estrategia publicitaria, sino el calado profundo de su significado. ¿Qué moviliza a los donostiarras para estas elecciones, según ese lema? ¿Qué les emociona? ¿Qué ha entendido el diseñador de esa campaña que logrará sacar de sus casas a miles de ciudadanas y ciudadanos para pasar unos minutos ante una urna y depositar una papeleta? Su ciudad. El elemento motivador es su ciudad. Esto podría ser bastante obvio ante unas elecciones municipales, así que lo relevante del lema no es lo que afirma, sino lo que niega: que la política tenga esa capacidad motivadora, esa capacidad de sacar a las gentes de sus casas un domingo.

El lema de la campaña de Borja Semper posee el siguiente mensaje subyacente: «Ya sabemos que la política no te ilusiona, no te motiva, no te mueve. Pero esto no va de política. Esto va de tu ciudad. Y, ¿a que tu ciudad sí te ilusiona? Quizá no te importe la política, pero ¿no te importa tu ciudad?».

Es decir, parece que hay dudas de que la ciudadanía sea capaz de salir de casa un domingo para pasar un minuto delante de una urna para votar, y por eso Semper ha decidido ofrecerles una motivación más fuerte. Sin embargo, hemos comprobado que la gente sí puede recorrer unos cuantos kilómetros y hacer una cola de horas para despedir durante un minuto a un político al que ya no puede ver. La diferencia son las emociones.

Las sociedades contemporáneas —y, por suerte, la española todavía no ha entrado en estado de extrema gravedad respecto a ello— han perdido toda ilusión por la política. Cada vez se vota menos y, cuando se vota, se hace con resignación o tapándose la nariz. Y cuando no —esto es peor— con cólera o indignación. Pero aún hay algo peor y más habitual: votar por miedo a que ganen otros.

No es raro. El neoliberalismo, que ha calado, en mayor o menor medida hasta los vasos capilares de todas las ideologías contemporáneas, juega precisamente con dos impulsos: el miedo y la resignación. El sistema económico nos ha condicionado psicológicamente a estas dos emociones negativas, reservando las emociones positivas para todo aquello que se puede comprar con dinero.

La nueva política habrá ganado en el campo de batalla de la nueva sociedad el día en que la gente sienta más ilusión al depositar su voto en la urna que miedo por perder su trabajo. Es decir, el día en que alberguemos más emociones positivas compartidas que emociones individualistas tóxicas. Este es el gran reto de la política contemporánea.