La Caixa se ha convertido no solo en la gran entidad financiera de Cataluña, y en la impulsora de un potente grupo industrial (Gas Natural, Abertis, Repsol, Telefónica-), sino también en la tercera entidad española, justo detrás del Santander y el BBVA, y en una de las primeras de Europa. Pero, por su condición de caja de ahorros --los beneficios van destinados a la Obra Social--, la Caixa tiene también gran implicación social y cultural, como, sin ir más lejos, está notando Extremadura en los últimos años. Por eso es relevante que ahora, cuando los bancos deben afrontar nuevos retos, la Caixa se plantee su futuro. Todas las entidades financieras del mundo deberán incrementar sus recursos propios para garantizar su solvencia ante la posibilidad de que se produzcan nuevas crisis financieras. Y para las cajas de ahorros, que no tienen capital y cuyos recursos propios vienen solo de los excedentes generados, el reto es más complejo. La nueva ley de cajas --en cuya elaboración tuvo un destacado papel el actual presidente de la Caixa y de la Confederación Española de Cajas de Ahorros, Isidre Fainé-- ha arbitrado varios sistemas para lograr este fin. Por fortuna --y por su buena gestión--, la Caixa tiene gran solvencia y liquidez y, a diferencia de otras cajas, no ha debido recurrir al FROB (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria). Pero los retos están ahí. Y el principal de ellos es lograr un volumen de recursos propios adecuado para la propia Caixa y para su grupo industrial. Por eso el posible traspaso de todo el negocio financiero a un banco propio, del que la Caixa sería su primer accionista, pero que podría acudir al mercado de capitales, es una iniciativa interesante.