Lo que empezó en Túnezy siguió en Egipto crece como una mancha de aceite por todo el mundo árabe, con reacciones distintas de los regímenes. Mientras en Bahréin las autoridades han cedido la plaza de la Perla a los manifestantes tras intentar la represión violenta, en la totalmente hermética Libia Muamar Gadafi (¡41 años en el poder!) se enfrenta a los manifestantes a sangre y fuego, con decenas de muertos. El Gobierno argelino opta por el aplastamiento de la protesta y el de Yemen azuza el enfrentamiento tribal. En Marruecos, el último país que se ha sumado a la ola, las autoridades parecen adoptar un perfil bajo.

No hay un modelo único. Cada paístiene características propias, económicas, geográficas o sociales. Pero sí hay un común denominador: el deseo de una sociedad en su mayoría joven que ha perdido el miedo y ha encontrado en las redes sociales el instrumento para la movilización a favor de un cambio de régimen. La revuelta generalizada pone a Occidente ante un espejo que le devuelve la imagen con su peor rostro, el de la condescendencia mantenida durante décadas con los regímenes antidemocráticos en aras de una realpolitik que le aseguraba suministros energéticos y una barrera contra el fundamentalismo islamista. Mientras Europa se erguía en defensora genérica de los derechos humanos, ignoraba su violación sistemática en aquellos países. Y ahora, que debería ser el momento de rescatarse de aquella política de no querer ver, oír o saber, la UE y las capitales europeas guardan un ominoso silencio.

¿Qué habrían dicho los países de la

Europa del Este cuando en 1989 se hundió el comunismo si la UE no les hubiera apoyado y ayudado en sus transiciones? ¿Cómohabríamos reaccionado en España si tras la muerte del dictador Bruselas se hubiera limitado a ser testigo silencioso del cambio en vez de alentar y contribuir al establecimiento de una democracia auténtica? No se trata de una injerencia, que nadie quiere, ni de sacar el talonario de buenas a primeras. En este primer momento se trata de algo tan simple como del apoyo sólido a los demócratas, la denuncia de la represión que está convirtiendo la primavera política en un baño de sangre y la alerta ante cualquier involución de la revuelta.