Tengo la incómoda sensación de que, desde hace tiempo, los sectores sociales reaccionarios y conservadores dedican más esfuerzo a pensar que los sectores progresistas y transformadores. Por un lado, tiene lógica, porque la derecha tiene más y mejor financiación dada su alianza con el neoliberalismo, y el tiempo que uno dedica a pensar no debe ser gratis; pero, por otro lado, esa razón no es suficiente para justificar la aparente falta de construcción intelectual en la izquierda.

A la tradicional contradicción de que un obrero vote a partidos para ricos, se han unido ahora las paradojas sangrantes de que haya mujeres que voten a partidos machistas, homosexuales que voten a partidos homófobos e inmigrantes que voten a partidos xenófobos. Solo con estas lamentables realidades, sería suficiente para que las organizaciones progresistas se sentaran a realizar una profunda autocrítica.

Hacer autocrítica no consiste solo en confrontar modelos de partido, en promover debates públicos en torno a matices ideológicos o en entablar batallas internas por el poder para llevar las organizaciones a uno u otro lugar. La autocrítica es, por encima de todo, pensar. Corregir y corregirse. Pensar mejor cada día.

La ausencia de pensamiento crítico es un problema en España, no solo en política, sino en casi todos los ámbitos de la sociedad. Un país que fue durante siglos referencia mundial de la cultura, cayó en 1936 presa de los correligionarios de Millán-Astray, al grito de «¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!», y desde entonces nos está costando mucho salir del túnel oscuro de la ignorancia satisfecha. Vivimos en un país donde las humanidades están arrostradas en las aulas y donde el concepto «investigación cultural» ni siquiera se maneja.

En España no está suficientemente prestigiado pensar. Es más, yo diría que es una actividad más castigada que premiada. Pensar no consiste solamente en sentarse en soledad a unir conceptos para llegar a conclusiones plausibles. Pensar es investigar, estudiar, leer mucho, compartir conocimiento con colegas en interminables conversaciones productivas, viajar, escribir, renunciar al ocio para estar donde está pasando algo interesante o donde alguien está diciendo algo que merece ser escuchado. Lo que ahora llamamos intelectuales se llamaban filósofos en los tiempos griegos en que fueron creadas todas las ideas que merecen la pena, personas que dedicaban gran parte de su vida a pensar y que constituían uno de los pilares de la sociedad.

No estoy seguro de si en los partidos políticos deben mandar las personas que más y mejor piensan, pero de lo que estoy seguro es de que los mítines, las campañas electorales, la propaganda institucional y los argumentarios prefabricados deben perder peso respecto a la producción intelectual de calidad.

La política progresista está carente de un proyecto alternativo global e ilusionante frente a las derechas involucionistas porque no ha privilegiado el pensamiento dentro de sus organizaciones. No hay nadie pensando porque no existe un espacio para ello. Hay mucha gente cobrando por muchas cosas pero nadie solo por pensar.

Me entristece decir que me sobran los dedos de una mano para contar los líderes políticos que poseen un discurso tras el cual se intuya una reflexión global sobre la situación política internacional, sobre la transformación radical del espacio público, sobre la adaptación de viejos conceptos a nuevas realidades o sobre el poso cultural que existe bajo unas u otras ideas.

La izquierda tiene que irse un tiempo al rincón de pensar. Para eso necesita, primero, construir un rincón de pensar dotado de recursos suficientes para que sea eficaz. Segundo, buscar a los mejores entre los suyos para esa tarea. Tercero, abrir ese rincón a todas las personas que existen fuera de los partidos dispuestas a compartir conocimiento y unir esfuerzos. Cuarto, otorgar a ese espacio suficiente poder dentro de las organizaciones. Quinto, poner todo esto al servicio de la construcción de una izquierda internacional que pueda enfrentarse a la globalización del dinero y la transnacionalización de las derechas. No sé si todo esto será suficiente, pero desde luego es necesario.

*Licenciado en Ciencias de la Información.