La sociedad contemporánea está repleta de paradojas terribles. Muchas, quizá todas, apuntan en la misma dirección: la disolución de un conjunto de esquemas morales sin que haya otro conjunto sustitutivo. La profundidad de las paradojas tiene consecuencias en la construcción política que, como es bien visible, está rompiendo moldes aceleradamente sin que acabemos de ver claro el advenimiento de mejores estructuras.

Una de las transformaciones sociales más interesantes tiene que ver con el enorme desprestigio de la idea de sacrificio, sobre todo en comparación con el mundo vivido por quienes tienen ahora más de sesenta años, para quienes el sacrificio está íntimamente ligado a sus vidas, tan ligado que quizá sea el concepto que mejor define el destino de nuestros padres y nuestros abuelos.

El sacrificio es la renuncia a los deseos personales por altruismo o por amor al otro. Se hace casi innecesario insistir, por obvio, en la disolución del sacrificio como uno de los pilares éticos de nuestra sociedad. Así lo delatan cambios contundentes en nuestra sociología como, entre otros, la progresiva descomposición familiar, el alarmante descenso de la natalidad, el incremento de las residencias para ancianos o el aumento del consumo y el descenso del ahorro.

La sorprendente paradoja es que el individuo contemporáneo, quizá como nunca antes, está generalizadamente sometido a un sacrificio de gran escala, como muy bien define el brillante economista Yanis Varoufakis en su excelente obra El minotauro global. En ese libro, Varoufakis realiza un paralelismo entre la estructura económica mundial de nuestro tiempo y el mito del minotauro. Recordemos que, según la leyenda, Atenas fue condenada a sacrificar a siete mujeres y siete hombres jóvenes cada nueve años, tras perder una guerra con Minos; así fue hasta que Teseo logró matar al minotauro y salir del laberinto gracias al hilo de su amada Ariadna.

Según el economista griego, el capitalismo globalizado contemporáneo es un laberinto en el que se producen periódicamente sacrificios en forma de graves crisis económicas, donde Estados Unidos es ese rey Minos que necesita de permanentes renuncias de las economías periféricas (especialmente las europeas más débiles) para poder seguir alimentando al minotauro, ese capitalismo cada vez más monstruoso.

XLA DOLOROSAx paradoja es que mientras somos cada vez menos proclives a realizar sacrificios éticos, parecemos encantados de realizar permanentes sacrificios ante el altar del minotauro global. No somos capaces de renunciar a nuestros deseos pensando en el bienestar incluso de nuestros seres queridos, pero estamos dispuestos a hipotecar nuestro futuro con tal de seguir alimentando un sistema económico que nos esclaviza más y más.

Esta evolución social, que tiene relación con el predominio egoísta y la adulteración moral de la que ya he hablado en otros artículos, nos aboca a dos escenarios que podemos ejemplificar volviendo al mito. El primero es esperar a que aparezca nuestro Teseo, ese héroe contemporáneo que emule al héroe fundador griego, y nos libere del minotauro. Varoufakis --ateniense también--, con su gestión del enfrentamiento entre Grecia y las instituciones de la UE durante 2015, intentó serlo. Pero fracasó.

XLA SEGUNDAx es permanecer sometidos a la entrega de nuestras siete doncellas y nuestros siete donceles, es decir, a empobrecernos periódicamente para que el sistema pueda seguir funcionando. La trilogía literaria y cinematográfica Los juegos del hambre, que es una traslación moderna del mismo mito, nos propone una tercera opción, quizá la más inquietante de todas: matar al minotauro capitalista para entregar el poder a otro minotauro de naturaleza desconocida que propondrá un nuevo sacrificio que también tendremos que acatar.

¿Y si volviéramos la mirada a aquel tiempo en el que la otra idea de sacrificio estaba bien vista? ¿Y si la heroína fuera una Ariadna moderna que nos tendiera un hilo para salir de este terrible laberinto y nosotros fuéramos quienes matamos al minotauro dejando de alimentarle?

Si hay una certeza sobre la que no albergo ninguna duda, es que tanto para salir mal de esta crisis (manteniendo el sistema) como para salir bien (cambiándolo), vamos a tener que renunciar a muchas más cosas de las que ahora imaginamos. Y para renunciar a las cosas acertadas, lo mejor sería ir pensando en abandonar el sacrificio equivocado que estamos haciendo y repensar ideas que dimos por amortizadas demasiado pronto y sin saber por qué. La alternativa es esperar a que llegue nuestro héroe, pero, como pasa con el sacrificio, los héroes tampoco están de moda.