TPtara quienes cifran en la economía el único indicador del bienestar o de la desventura, según ésta vaya bien o vaya mal, el balance de los veinte años recién cumplidos desde que nos integramos en la Unión Europea puede resumirse en una cifra asombrosa, 150.000 millones de euros, que son los que hemos recibido hasta hoy de la Comunidad para que cogiéramos el tono y el compás en el concierto de sus naciones y no desafinara nuestra pobreza ni nuestro atraso. En 1986, cuando los 12, porque eran 12, nos abrieron sus puertas, España tenía unos déficits estructurales inmensos, las carreteras seguían siendo los viejos Caminos Reales con un poco de asfalto, los trenes tardaban toda la vida en ir de un sitio a otro, los monumentos se nos caían a pedazos y la agricultura, la ganadería y la industria parecían dar sus últimas boqueadas. Sólo funcionaba, mal que bien, el turismo, como en todos los países pobres, y la alegría de la gente, como en los países pobres también, pero el chorro de esos 150.000 millones de euros, que dan una cantidad en pesetas inconmensurable, fue cambiándolo todo según comenzó a afluir, salvo el turismo, que siguió funcionando porque, en el fondo, hemos seguido siendo pobres, bien que en la modalidad de nuevos ricos, que es lo que parecemos ser ahora.

Para quienes no cifran sólo en el relumbrón de la economía pronta el progreso, el resultado de ese dineral que le hemos ido sacando a Europa no está tan claro, pues la parte que tocaba destinar a la inversión necesaria para el mantenimiento y consolidación de la súbita riqueza apenas se ve por ningún lado. Como nuevos ricos, hemos dilapidado, nos hemos dado caprichos absurdos, nos hemos fundido alegremente las dádivas, y las carreteras se han vuelto a quedar viejas, el tren convencional ha quebrado, la agricultura, la ganadería y la industria están más pa allá que pa acá , y el turismo, oh, el turismo, sigue funcionando, prueba incontrovertible de que el pastón de Europa no nos ha sacado de pobres.

*Periodistas