El mundo está lleno de maniacos de la limpieza. Esos que no pueden ver una mota de polvo en un mueble, o se compran un coche y se gastan más dinero en la máquina lavacoches de la gasolinera que en gasolina. Eso sí, son personas dignas de admirar, porque pueden a la vagancia a la hora de limpiar y ordenar lo que ellos ensucian por necesidad, y muchas veces lo que los demás ensuciamos por descuido y desordenamos por desidia. Sin embargo poco pueden hacer para escapar en su totalidad de la sepsia a la que los mortales estamos condenados por el mero hecho de vivir y compartir lo que utilizamos.

Por ejemplo, no todos los hombres se lavan las manos después de orinar en un aseo público, como el de un bar. Y al salir asen la manilla de la puerta y dejan en ella las huellas de sus manos, que otros borrarán al incrustar las suyas. Te preguntas cuántas manos sin lavar agarrarán las manillas de todas las puertas de todos los edificios públicos. Está claro que la asepsia absoluta es imposible. Y es evidente que los seres humanos hemos llegado a inmunizarnos contra el ataque de todo tipo de gérmenes, porque estamos invadidos por ellos, deambulan a su antojo por nuestras vidas.

Así pues es mejor no pensar en el uso que habrá tenido lo que tocamos, ni la procedencia de los objetos que utilizamos. Lo completamente aséptico sólo existe en los quirófanos de los hospitales --y no siempre-- y en los laboratorios --y no en todos--.

Tenemos un objeto completamente séptico, el más sucio en el sentido físico y en el sentido ético: el dinero en papel y en metal. No hay objetos más manoseados en el mundo que las monedas y los billetes. Y curiosamente nadie hace ascos cuando lo tienen en sus manos. Cualquiera llega a un bar, y si encuentra una manchita en un vaso, el escrúpulo le puede y enseguida pide al camarero que se lo cambie por otro. Después bebe su consumición y paga con un billete o unas monedas que toca sin recatos, sin pensar en los sitios donde pueden haber estado. Luego, nuestro hombre o mujer quizás cojan un trozo de pan sin haberse lavado las manos.

Y es que es don dinero séptico caballero al que incluso los maniáticos de la limpieza ven siempre limpio.