Hay demasiada gente que está acostumbrándose a comulgar con ruedas de molino. A base de aguantar el chaparrón, ya ni se coscan, aunque se precipiten sobre ellos chuzos de punta. Se conforman con ser poco menos que siervos de esos señoritos modernos en que se han convertido algunos gobernantes. Y lo más sorprendente es que da la sensación de que ni siquiera parecen echar de menos su condición de ciudadanos. Delegan la capacidad de decisión sobre sus asuntos cada cuatro años, y se olvidan hasta la siguiente cita electoral. Y uno no sabe si atribuirlo a una costumbre o un hábito, a la pereza, o a una elección libre y consciente (y, por tanto, en este caso sí, respetable aun no compartiéndose el sentido de la misma). Pero ser ciudadano, en el contexto del sistema democrático, no consiste en eso... Por supuesto que nadie tiene la obligación de ser reivindicativo, ni de preocuparse por los asuntos públicos (que son los de todos, los que nos afectan como sujetos insertos en la sociedad, pero, también, los que nos atañen como individuos independientes, en tanto que ciudadanos). Pero el ejercicio de la ciudadanía, a diferencia del de la servidumbre, además de vincularnos a ciertas obligaciones, también nos dota de derechos y libertades. Y esos derechos y libertades, que son consustanciales a la ciudadanía, nos distinguen de los esclavos y los siervos. ¡Qué no habrían dado las generaciones de nuestros antepasados, y de los antepasados de nuestros antepasados, por disponer de medios de expresión y acción social como los que ahora tenemos a nuestro alcance! Y, sin embargo, nosotros, que nacemos y vivimos en un hábitat sin las restricciones y carencias de antaño, donde todo, en términos de garantías democráticas, nos viene dado, no nos implicamos lo suficiente en la defensa de esas conquistas que tantos sacrificios, vidas y años costaron. La resignación, el pasotismo, y esa costumbre de dejar en manos de los demás lo que cada uno de nosotros deberíamos defender, podrían conducirnos, gradualmente y casi sin que lo notemos, a la pérdida de parcelas de libertad, hasta el punto de acabar siendo poco menos que unos monigotes, perfectamente prescindibles, sometidos al dictado caprichoso de gobiernos que vuelvan a ejercer, gustosos, un control tan férreo y asfixiante sobre la libertad y la propiedad como el que padecieron millones de seres humanos en los viejos regímenes fascistas y comunistas. Haríamos bien en mirárnoslo. H*Diplomado en Magisterio.