WUw na silla vacía en Oslo. Esta es la imagen que China ha transmitido al mundo al no permitir al disidente Liu Xiaobo, condenado a 11 años de cárcel, recoger el Premio Nobel de la Paz. Ni siquiera han podido hacerlo su esposa o algún amigo. La gran potencia emergente de este siglo XXI no es capaz de encajar la decisión de un comité independiente que ha premiado a uno de sus ciudadanos por su lucha pacífica por la democracia en el país.

China no da muestras de abrir la mano a una liberalización política. Tras comprobar que ha podido protagonizar el espectacular despegue económico sin que el Partido Comunista soltara las riendas, la democracia en China difícilmente será un objetivo como lo había sido en los países europeos de antigua obediencia comunista. Desde luego, no lo será para las autoridades que con la liberalización quizá perderían el poder y los privilegios que lo acompañan, pero tampoco lo será para los ciudadanos que han visto mejorar de forma considerable su capacidad de consumo, sometidos a una férrea vigilancia.

Por ello, es absolutamente necesario que el trabajo de disidentes como Liu Xiaobo reciban el máximo apoyo de los demócratas de todo el mundo. Y también por ello era importante que los países democráticos invitados a la ceremonia de Oslo demostraran a Pekín que no admiten presiones intolerables como las ejercidas en esta ocasión. Que países como Cuba, Arabia Saudí, Pakistán, Irán, Venezuela o Rusia acataran el diktat chino no hace más que confirmar que la verdadera democracia aterra a todos los sátrapas.