¿Qué ha pasado? ¿Qué ha podido ocurrir para que hayamos desterrado de nuestras mentes los miles de muertos que se ha llevado por delante el coronavirus y caigamos nuevamente en cifras insufribles? La secuencia ya nos la sabemos de sobra: contagios; de ellos un porcentaje importante de hospitalizados; de ellos otro porcentaje de ingresados en la UCI; y de ellos, finalmente, un porcentaje de muertos. Sin embargo, buena parte de la gente se olvida de este proceso letal y actúa como si nada pasara, como si lo que está ocurriendo no fuera con ellos.

No me gusta el papel de policía de balcón ni tampoco el de padre que riñe a los ciudadanos como si fueran niños. Ni me corresponde ni soy ejemplo de nada. Pero me resulta, cuanto menos, increíble que con la cantidad de muertos y hospitalizados que llevamos a nuestras espaldas, haya personas que actúen como si tal cosa; como si la pandemia fuera una exageración fruto de agoreros o un mal sueño que ya se va a acabar con la famosa vacuna.

Porque nadie quiere contagiarse, eso es una obviedad, pero correr riesgos a sabiendas es absurdo, una idiotez como la copa de un pino. Lo digo porque he visto esta semana imágenes de gente de fiesta sin mascarillas, cantando y con los vasos circulando. Resulta una temeridad difícil de justificar que nos obliga a pensar que buena parte de la sociedad, sobre todo los más jóvenes, no tienen miedo de lo que les pueda pasar. Han conceptuado esta pandemia como algo propio de ancianos y, por eso, se atreven a realizar prácticas impropias de alguien responsable. Opinan que, de contagiarse, pasarían una mala gripe y a correr. No son conscientes del colectivo que conforman y que pueden estar contribuyendo a la propagación de un virus que podría acabar con la vida de alguna persona de su entorno familiar.

Lo he dicho otras veces: ha faltado concienciación, campañas que empaticen con la gente y más mano dura con las restricciones. Son 1.046 muertos en Extremadura, 49.824 en España, cifras más que suficientes como para adoptar medidas drásticas por uno mismo, pero nos hemos relajado, no hemos tomado conciencia del problema y muchos han creído que esto ya se acababa.

Entiendo que las noticias alentadoras de la vacuna han contribuido a perder el miedo, lo mismo que las invitaciones al consumo con la llegada del black friday y la campaña de Navidad. Mucha gente cree en la máxima de que todo lo que no está prohibido, está permitido. Y no es así en una pandemia, donde, además de las medidas y restricciones puestas en marcha por las autoridades sanitarias, hay que extremar las precauciones por uno mismo.

Quienes están al frente del control sanitario hay algo que temen sobre manera y es la fatiga pandémica, el hartazgo de la ciudadanía cuando un virus tarda demasiado tiempo en desaparecer, pero habrá que convenir que muchos se han hartado desde el principio y no han dejado pasar ni semanas para obviar las medidas de seguridad. Cuando todo esto pase y el año 2020 se recuerde en la lejanía habrá que reflexionar sobre el papel que ha jugado cada cual en esta crisis sanitaria, esa gente que ha actuado con responsabilidad y esa otra que lo ha hecho con grandes dosis de insolidaridad. Porque considero que aún es pronto para asumir plenamente el desastre que hemos vivido y lo que aún resta por llegar porque esto no se ha acabado, los efectos de la vacuna que hoy domingo se empieza a aplicar no se verán hasta dentro de varios meses.

Desgraciadamente quedan muchos muertos por contar. Y la culpa será del virus, evidentemente, pero también de esos que irresponsablemente han contribuido a su propagación. Mal que les pese escucharlo.