Por fin, la OMS, la Organización Mundial de la Salud, se ha tomado muy en serio el síndrome del trabajador quemado, algo que algunos, y especialmente desde el sector docente, y desde el servicio del Defensor del Profesor, venimos denunciando desde hace años y que por desgracia, se da más en algunos sectores que otros, aunque todos ellos susceptibles de sufrir el burnout o SQT en un momento dado de su vida laboral.

En general, el burnout, coloquialmente conocido así, es un síndrome aceptado clínicamente y aplicado al ámbito laboral, con especial incidencia en aquellos trabajos que implican una constante atención e interacción con otras personas, como los trabajadores del ámbito sanitario, la educación, y la administración pública. Como comprenderán, si entre ellos hay algún trabajo que especialmente esté relacionado con las interacciones personales, es el docente, por los alumnos, las familias, los compañeros, equipos directivos y personal laboral.

Es curioso que todos los estudios incidan que donde más se da este síndrome sea precisamente en el ámbito docente. No es de extrañar. Si analizamos las causas que lo propician, nosotros, los docentes, indistintamente de infantil, primaria o secundaria, no nos reducimos a las funciones estrictamente metodológicas o didácticas, además asumimos responsabilidades relacionadas con el proceso educativo en sí mismo, y madurativo y personal con cada alumno, lo que implica una dedicación más personal y emocional sin contar las atribuciones que nos suma la demanda social, y nuestro sistema educativo, por cierto, sin valorar, y que los tiempos no han atribuido, de la burocracia ni hablo.

Todo ello, sumado a las difíciles y cada vez más problemáticas relaciones entre docentes y discentes, y sus progenitores, en el mejor caso, que algunos son progenitores de progenitores, denota que los docentes somos especialmente vulnerables a sufrir burnout.

Lamentablemente y aunque propuesto ya como enfermedad en la próxima Clasificación Internacional de Enfermedades, no estará en vigor hasta el 2022, aspecto éste que no deja de sorprender, puesto una vez reconocida, debiera ser de aplicación inmediata, pues un trabajador que sufre el síndrome, no creo se encuentre mejor en noviembre de 2021 porque no entre en vigor la enfermedad, aunque seguramente estará peor en febrero de 2022 sin tratamiento.

Es lo que tiene estar «quemao», que tus tiempos, sobre todo cuando estás enfermo, son distintos a los enfermos que no lo están.