Estamos en el siglo XXI y según la FAO hay más de 1.000 millones de personas en el mundo que pasan hambre. Los organismos internacionales se reúnen en cumbres, reflexionan, consensúan y determinan políticas para erradicarla, pero los hambrientos continúan creciendo, aunque la producción de alimentos es la más alta de la historia.

El problema radica en que en el sistema económico actual, los alimentos son una mercancía más en los circuitos de mercado internacional, sometidos a una especulación sin límites. Es destacable que únicamente el 50% de la producción mundial de cereal es destinada a la alimentación humana, mientras que el 50% restante se utiliza para la alimentación animal y para crear agrocombustibles.

Además, el sistema de producción y comercialización de alimentos en el mundo globalizado tiene grandes repercusiones sociales (explotación laboral, uso de sistemas y técnicas que generan crisis sanitarias,-), económicas (destrucción de mercados locales,-) y ambientales (pérdida de biodiversidad, aumento de emisiones de CO2, degradación de suelos,-).

Por ello, es hora de reflexionar y actuar seriamente, implicándonos activamente, informándonos, formándonos y demandando la instauración de políticas efectivas y de organismos internacionales con competencias reales para velar por el derecho a una alimentación adecuada y para sancionar debidamente a quienes atenten contra él.

Amaia Duque Dehesa **

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