Cuando de vez en cuando las cosas se ponen feas, se nos acaban las certidumbres, pensamos de una manera pero al rato se nos presenta otro ángulo de vista diferente, mientras que un silencio expectante de fondo se generaliza, que tapamos con afirmaciones y consejos más o menos afortunados; con cada crisis, y no falta, aparece patente lo mejor, también lo peor, de cada uno de nosotros.

A media tarde de sábado aún se prolonga el Consejo de Ministros, nada se sabe, todos los planes horarios de comparecencias, apariciones en televisión, y previsiones, se fueron al garete; nos podemos imaginar a esa conjunto de mujeres y hombres, con responsabilidad, que ya llevan un montón de horas lidiando con la salud, y la economía, de 47 millones de españoles. Sus angustias, sus muchas dudas y temores, esa hora de la verdad en la que, ojalá y según lo dicho antes, sean capaces de extraer lo mejor de lo que son capaces.

Las jornadas, sobre todo la del viernes y lo que llevamos de sábado cuando esto se escribe, también son ya agotadoras para los periodistas. Atropellados, como no puede ser de otra manera ante circunstancias que ni los más veteranos han vivido -lo más parecido podría ser el 11-M, y algo más alejado el 27F- y que ponen a prueba otra vez este oficio de servicio público, en horas más bien bajas que altas, que se enfrenta siempre a parecidas dudas en encrucijadas de crisis.

Somos ‘noticiópatas’, no lo podemos evitar, por eso la mayoría estamos en esto y pese a todo, nos gusta. Capaces de recibir, procesar, y emitir datos variados, o con apenas matices de cambios, una y otra vez, en la convicción de que resultan de gran interés y van a ser leídos, o escuchados, pero con la duda periódica, tras cada ‘pieza’ como se dice en el argot del periodismo digital, de si a veces confundimos más que aclaramos.

MUCHA INFORMACIÓN puede acarrear desinformación; como profesionales tenemos la capacidad, casi patológica, de escarbar y encontrar la novedad, el enfoque, lo noticioso, el titular. Pero a veces la diferencia es tan sutil, tan nimia para quien quiere estar informado, que me recuerda a esa caterva de informadores que siguen a un líder en campaña electoral, que como buen rebaño, pero con una precisión de las que llaman quirúrgica, sabe encontrar ‘lo nuevo’ en el aburrido discurso que el candidato va dando dos y más veces al día durante dos semanas.

Como periodista, en ese atropello en el que la crisis sanitaria nos envuelve, como a todos, me sorprenden por su cuestionable calidad técnica esas piezas, esas noticias impresas o en pantallas, que cansinamente se ven obligadas a incluir en el titular la palabra maldita, manida y por tanto desgastada, ‘coronavirus’; coja usted una portada digital de cualquier medio y de las seis u ocho primeras noticias rarísimo sería que al menos cinco no repitan el vocablo, como si no supiéramos qué tema nos envuelve las 24 horas, a qué nos estamos refiriendo. Como si hubiera otro problema, otra noticia, vamos. Repeticiones, repetitivos, una simpleza impropia de la inteligencia media del lector, y una falta de imaginación y perspectiva de conjunto que profesionalmente da grima.

Cuando un problema de tal magnitud explota, y todo son malas noticias -positivos, muertes, histerias en supermercados, caída de las Bolsas, cierre de aeropuertos, ruinas empresariales- uno se pregunta siempre si pasadas unas horas llega el momento de parar, de dejar de asustar, y hay que atemperar y echar mano de otras cosas, no relacionadas con la epidemia, que siguen pasando. Pero, «hay que informar», nos decimos; «tenemos el deber de informar», pensando apenas solo en ese hiperconsumidor de información que tiene en twitter su droga efímera más genuina. Y seguimos adelante.

En toda explosión informativa suele haber una fase inicial de hiperconsumo de noticias, para pasar luego a un hastío ante la falta de variedad. Y llega el momento no de la novedad estadística, de las declaraciones del político que busca no ya un minuto sino un segundo de gloria; se presenta necesario contarlo a través de las personas, de lo que también en jerga profesional, denominados ‘historias humanas’, las que realmente se leen y ayudan a comprender.

* Periodista