Hace un par de semanas los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia de como un pequeño de corta edad -seis años- fue capaz de ponerse en comunicación con la policía y atender así al socorro de su madre que estaba siendo maltratada por su expareja, el padre de este niño y de otro de pocos meses. Les marcó el camino y rápidamente se personaron a hora muy temprana en el domicilio. De esta noticia habría que dar relieve a algunas cuestiones, como, por ejemplo, el hecho del arrojo del niño en no mirar para el otro lado, esto es, aferrarse al miedo y quedarse bloqueado. Y, en cambio, dar el paso de lo que había que hacer de forma correcta, sin mayor duda que la de tratar de ayudar y salvar a su madre del odio generado por una situación de violencia, que le estaba asestando, al parecer, su propio padre.

Resulta verdaderamente extraordinario la capacidad de reacción de este niño y la fortaleza demostrada, cuando, a veces, en esta sociedad se ha obviado esa violencia de género, por aquello de producirse en un entorno privado, que hacía excusable esa violencia. Ese pequeño no lo entendió así, y lo que observó fue el sufrimiento de su madre, y la violencia que se estaba ejerciendo sobre ella. Un efecto de madurez del que todos deberíamos aprender. Las estadísticas manifiestan cada vez más que esa violencia que se ejerce dentro del hogar está teniendo efectos y consecuencias reales sobre los menores, los hijos de esas parejas. Y esto sí que representa otra derivación de esta lacra, violentada por el ser despiadado del maltratador, que busca en la insumisión de la maltratada su refugio de impunidad.

Me imagino que al violento, en este caso, se le habrán imputado una serie de delitos y desde luego, se le habrá impuesto el alejamiento. Pero ello no es óbice para imaginarse la situación de agresividad soportada por ese menor en esos momentos u otros anteriores. Unos hechos, ciertamente, lamentables en una sociedad que cada vez más asiste, perpleja, a episodios de violencia casi parapetados en el entorno de la familia o de hogares aparentemente comunes.

Es la violencia reflejada en las casas, en las escuelas y en otros núcleos que tan profundamente hiere a la sociedad. Que se ve mutilada e incapacitada en demasía en poner coto a este tipo de comportamientos y conductas delictivas. Siempre se dice que la mirada y la memoria de un niño llega hacia su percepción más olvidadiza, esperemos que el gesto de este pequeño héroe quede sucumbido a la justicia que sobre el violento haya que hacer, para que no tenga ocasión, de nuevo, de volver a vivir experiencias como la que tuvo que presenciar, a tan corta edad.

Tantas veces decimos y nos ratificamos en el ejercicio solidario y de colectividad, de luchar --a una--, contra la violencia en cualquiera de sus manifestaciones, y ésta, la que entraña el rompimiento del hogar familiar, bajo la amenaza del concepto de propiedad, que algunos hombres ejercen sobre sus parejas representa una espita de violencia que genera el mayor de los reproches. Observar cómo se violenta el espacio, en el que se supone está a salvo cualquier menor, porque es el entorno en el que debe ser educado, cuesta mucho de asimilar. Por ello hemos de seguir poniendo todos mecanismos necesarios al servicio de las víctimas y de la prevención de estas conductas, que resultan intolerables para la sociedad.