Vivimos en una atmósfera inflamada, por tu culpa, por mi culpa.

La historia del hombre es como la del trigo, escribió en sus Diarios Van Gogh, «nos muelen y nos convertimos en pan».

Exponer las ideas parece haberse convertido en un golpe de estado en miniatura, como si un interminable toque de queda se nos hubiera tatuado a la costumbre de vivir o como si lleváramos al cuello una guirnalda de esa sombría flor de color violeta, emblema de la tristeza, llamada Ancolia.

Exponer una idea no va contra nadie sino a favor de la opinión propia, personal; de manera que resulta irritante a estas alturas, comprobar que a cada intento de expresión contraria a la del partido en el poder se cierne sobre la prensa incómoda, una suerte de agitación de los ánimos que fermenta y finalmente deriva en autocensura. «Nos muelen...»

Los gobiernos padecen esa grave enfermedad y en tiempos muy pasados, hasta la llegaron a ejercer de manera abrupta casi cruel, los monarcas. Ahora que un Borbón está en el punto de mira de todas las flechas, me viene a la cabeza el último Borbón de Francia, Carlos X y Polignac, que quiso controlar de forma absoluta el poder político. Tanto es así, que en 1822 autorizó la formación de una ley que implicara todo tipo de censura sin llevar, claro está, ese nombre. Carlos X quiso romper todo de un golpe: el pensamiento y su instrumento. Se trataba de una ley que atacaba todos los derechos de la inteligencia humana y con la cual, no sólo se pretendía quemar todos los libros del pasado sino destruir las futuras escrituras.

Tal vez por eso la literatura buscaba laberintos para describir lo que sucedía y así, un gran poeta de la época, Víctor Hugo, llegó a acuñar la expresión «Demóstenes jadeantes» para referirse a esos «perros codiciosos de puestos y de títulos».

Expresar ideas combativas, definitivamente hoy en día, no compensa a no ser que estés en uno de los bandos confrontados. Pero entonces yo me pregunto ¿es que acaso los políticos creen que el alimento espiritual está en sus despachos como para creerse el epicentro de cualquier diatriba? Me adelanto incluso a contestarles que, por supuesto, tampoco se sustancia ni de lejos, en el periodismo. En esto vamos a la par.

Me pregunto ¿por qué al político le desagrada el pensamiento agitado, el espíritu subversivo si no es a su favor? Acaso no sean conscientes del peligro que engendran azuzando a los suyos contra sus propios demonios, más aún en esta encrucijada en la que estamos, cuando hasta la delincuencia se considera una forma de rebeldía.

El edificio legal que nos albergaba en armonía, se hunde. No será por mucho tiempo que resista el asedio de tanta discordia... los goznes de la tolerancia ya no aguantan. Les deseo todo el talento narrativo a los proveedores de todos los gobiernos, ahora que un manto negro cubre el mundo. Convendría en este punto recordar la teoría de Rosa Luxemburgo, según la cual las revoluciones nos las hace nadie, sino que estallan de forma espontánea.

Pocas cosas a día de hoy nos conducen a lo sublime, salvo la poesía. Ya lo dijo Hölderlin «lo que permanece lo fundan los poetas». Y junto a ellos está el médico chiflado de El sendero del bosque, que no recetaba medicamentos. Loco de locura y resplandor porque ...¿quién creería a un doctor que prescribiera un paseo por un bosque, una caja de lápices, un cuaderno de dibujo, una cesta de abedul y una campesina que recoge fresas?.

Estamos tardando en reservarnos unos días de balneario, un irnos a tomar las aguas, unas urgencias de paciencia. Lo que nos salvaría en este instante no es descanso ni reposo sino alejamiento... Un lugar donde curarnos del exceso de nosotros mismos. Una indagación a tientas. Poner en pausa las palabras y el ácido reverso de los versos... pues sólo somos trigo.

*Periodista.