Escritor

Me encuentro a un amigo, herrero de profesión, que ha derivado, como es la moda, por el aluminio y otros. Es un mantas, y sobre todo un santo. A la muerte de su padre se echó a cuestas a la familia y desde su madre al último de sus hermanos, a todos, les fue dando la teta en un hermafrodismo prodigioso. A los hermanos les fue comprando la casa, el ajuar, los condones, los boxer, etcétera. Soportó a cuñadas como nécoras, y él conforme pasaba los días se hacía una foto tamaño carnet para darse cuenta que no sólo no era el mismo, sino que sus rasgos de bondad iban desapareciendo.

Finalmente muere la madre, y cita a todos en el taller al atardecer y les da la noticia: podéis marcharos y yo me quedo con las deudas, pero no pago ni sun solo preservativo más. El que no quiera quedar preñada a su mujer que se las ingenie y lo mismo pasa para las compras de Carrefour. Los gritos se oyeron en los cuatro puntos cardinales:

--Canalla, mal hermano, explotador...

De todo oyó. Como amaba por encima de todo a su familia, esta ansiedad se la trasladó a la suya, y hoy él, su mujer y su hija están bajo tratamiento psiquiátrico. La hija tuvo un accidente de automóvil y lucha por rehabilitarse.

Donde me cuenta todo esto es en un mesón donde yo acudo de vez en cuando a departir con su dueño, buen amigo que me cuenta sus penalidades y las inspecciones de Trabajo que, como saben está pidiendo aumento de sueldo y el incremento de la responsabilidad civil, cuando la mejor inspección sería la que no existiera. La conversación sube de tono. Al posadero, todas las noches, en el aparcamiento de su vivienda, un canalla con una lezna le echa dos ruedas al suelo.

Nos miramos todos. ¿Qué nos pasa? Yo les cuento que debieran hacer lo que ha hecho el concejal de Hacienda de Badajoz: recluirse en la religiosidad, o bien hacer lo que van a hacer Saponi y Celdrán, recluirse en el Senado.

Mis amigos me persiguen la calle abajo.