Hce algunos días, Javier, hijo de un amigo, 11 años y cacereño, me contó que tenía una profesora feminista y no le gustaba. Yo, sorprendida por una frase tan contundente, le pregunté por qué creía que era feminista y por qué no le gustaba. Y su respuesta también fue muy clara: «porque siempre defiende a las chicas». Esta frase inocente de Javier me hizo pensar, porque recibimos mensajes por múltiples canales y de distintas fuentes que, más que informar, desinforman. Por no hablar de los mensajes de algunos partidos políticos como Vox, que hablan de la «ideología de género» como una vertiente ideológica radical que pretende discriminar a los hombres.

Quisiera explicarles por qué yo sí soy feminista. No sé si les convencerá mi explicación, pero me gusta la discusión razonada, el debate público y espero que, al menos después de leer el artículo, tengan más elementos para valorar, para interpretar y sobre todo para reflexionar. Déjenme comenzar comentándoles que me resulta curioso el estereotipo que algunas veces se tiene de las mujeres que se declaran feministas. Por ejemplo, yo. Siento defraudarles, pero me encanta pintarme los labios, uso tacones y no suelo prender mi ropa interior en las manifestaciones. Pero sí, soy mujer y creo en la igualdad. Y esta idea hace que sea feminista. Porque esto quiere decir feminismo: igualdad entre hombres y mujeres, y aspiro a tener un mundo diferente y una sociedad más justa.

Pues verán ustedes, el género y el sexo no son lo mismo. Simone de Beauvoir, una pensadora francesa, escribió un libro hace ya varias décadas para demostrar que «no se nace mujer, se llega a serlo». El género es una construcción social que, basándose en las diferencias biológicas, asigna roles y funciones diferenciadas y jerarquizadas a hombres y mujeres. Por tanto, sexo no es género y género no es sinónimo de mujer, sino que hace referencia a la relación entre hombres y mujeres. Y estarán de acuerdo conmigo que dichas relaciones han estado y están basadas en la dominación masculina. Promover la igualdad de género implica equilibrar estas relaciones de poder, tanto en el ámbito público como en el privado. Entiendo que esto sea difícil de aceptar, sobre todo cuando lleva a cuestionar nuestras propias vidas: nuestras relaciones laborales, familiares o de pareja. La resistencia al cambio hace difícil que asumamos nuevos códigos y significados para interpretar la realidad.

ES CIERTO, en nuestro país muchos debates ya se superaron. Que las mujeres voten o que trabajen o que vayan a la universidad y puedan ser juezas o científicas. Pero todavía genera gran revuelo que alguien diga de manera provocativa «portavoza», aunque bien es cierto que no lo genera tanto decir «modisto», como nos recordaba en un artículo Laura Freixas. Cada cual que saque sus propias conclusiones. Estadísticas, informes, investigaciones y resoluciones de distintas instituciones y organismos internacionales alertan de una involución en el ámbito de los derechos de la mujer y la igualdad de género a nivel internacional. La lucha por la igualdad no es una lucha contra los hombres, no es una guerra entre sexos, no caigamos en mensajes simplistas y populistas, envenenados, que tratan de tergiversar el proyecto transformador que supone el feminismo y en el que cabemos todas y todos. Pero en el trecho ya andado algunas cosas hemos aprendido, nos hemos dado cuenta, por ejemplo, que sólo con leyes no basta; ayudan, pero no son suficientes para acabar con situaciones de desigualdad que son estructurales y que tienen un arraigo cultural; y que si se quiere tener más efectividad, las mujeres —la mitad de la población— deberíamos tener mayor presencia en los ámbitos de toma de decisión en el mundo de la política, de las empresas, de la academia o de la cultura, y poner en marcha acciones concretas e integrar la dimensión de género en todas las actuaciones de los poderes públicos.

Ojalá algunas de las reivindicaciones que hoy parecen radicalesse normalicen en un futuro no muy lejano. La agenda feminista ha ido tomando fuerza porque las mujeres somos más conscientes de nuestra condición y de los efectos diferenciados que cualquier acción tiene en hombres y en mujeres. Y si las mujeres seguimos denunciando techos de cristal, explotación, violencia y discriminación es porque las desigualdades persisten.

Este año se celebra el 25 aniversario de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing (Beijing+25) que estableció una agenda ambiciosa y progresista a nivel internacional para eliminar barreras que impiden que las mujeres avancen. El balance que se hace, 25 años después, es que el cambio real ha sido «desesperadamente lento» para la mayoría de las mujeres y las niñas a nivel mundial. Por eso se ha lanzado una nueva campaña que pretende aglutinar a diferentes generaciones, ‘Generación Igualdad’, y que retomará la asignatura pendiente por los derechos de la mujer y un futuro igualitario. Yo soy de la Generación Igualdad.

*Doctora en Ciencias Políticas.