XAxquí, en España, cuando te rinden un homenaje, es señal inequívoca de que consideran que ya no formas parte de la competencia. Desgraciadamente, este es el caso de Adolfo Suárez , el primer presidente de la democracia restaurada, el hombre que, a golpes de audacia política, nos rehizo nada menos que la libertad. Una especie de baño de pasado, de esa nostalgia que falsamente incurre en el error de creer que todo tiempo pasado fue mejor, nos ha envuelto en estas horas de homenaje nacional --ha tenido que ser la iniciativa privada, un periodista, quien lo organizase-- a un Adolfo Suárez que pasa por muy malos e irreversibles momentos anímicos.

Ahora, todo el mundo que se precie de haber estado en la pomada de la transición, habla del Suárez que yo conocí : la presencia del líder se agranda cuando se individualiza en cada uno de nosotros. Y sí, yo también lo conocí, sobre todo en el momento de su principal error, cuando creó, tras su no bien explicada aún salida del Gobierno, un nuevo partido, el Centro Democrático y Social, y tuvo el valor de afrontar una dura travesía del desierto político, donde los rigores empeoran cuando lo has sido todo y dejas de serlo.

Tiene mucho de ejemplar todo aquello. Las partidas de mus en la campaña electoral, aquella de 1982, la de la victoria socialista, en la que el gran hombre era, sencillamente, uno más con los periodistas que lo acompañábamos. Su intensa preocupación por la situación militar, su profundísimo sentido de la democracia, él, que paradójicamente no procedía de la democracia. Las privaciones económicas del que, en el fondo, era un desclasado, su lealtad a un Rey con quien yo creo que había tenido diferencias. Y ahora, desgraciadamente para la historia de España, perdemos todo cuanto podía habernos legado de lección desde sus recuerdos y desde su experiencia irrepetibles. Hay muchos misterios de nuestro pasado más reciente y políticamente más decisivo que se nos van con Adolfo Suárez, muchas enseñanzas que él, desde el prestigio y desde la altura moral, podría haber impartido a sus descendientes en el cargo. "Cuando sobrevuelas en helicóptero los atascos de tráfico, acabas por no enterarte de que los de abajo están ahí, atascados", me decía. El sí había entendido el mensaje, aunque seguramente tuvo que recibir un duro castigo para entenderlo: lo encajó bien, en todo caso. Temo que nos haces falta, Adolfo,

¡mecachis! Pero sólo ahora, tan tarde, nos enteramos.

Hay muchos misterios de nuestro pasado más reciente y políticamente más decisivo que se nos van con Adolfo Suárez, muchas enseñanzas que él, desde el prestigio y desde la altura moral, podría haber impartido a sus descendientes en el cargo