Hay muchas interpretaciones sobre la razón por la que los suecos han dicho que no quieren formar parte del euro pese a que se comprometieron a adoptarlo en Maastricht en 1991. Suecia se suma de esta manera a los otros dos países que rechazan la moneda europea, Gran Bretaña y Dinamarca. Tanta exclusión es un lastre indisimulable. Los suecos no han atendido a las razones de sus políticos ni de sus multinacionales más conocidas, que advertían del riesgo de aislamiento financiero. Prefieren mantener la soberanía económica sin que les falten motivos: con una industria competitiva en exportaciones --gracias a la inversión en I+D-- y con el Estado del bienestar más completo del mundo, la oferta de sumarse a una divisa fuerte pero gobernada con incertidumbre desde Bruselas no les atrae. El referendo sueco no es sólo otro tropiezo para la unión monetaria. Es un aviso serio de que la UE --que desde mayo tendrá 10 socios más-- se precipita hacia un modelo de asimetría total, alejado incluso de la pretensión de que su fundamento fuera la soberanía financiera compartida.